Miembros de la Séptima Estrella

viernes, 31 de agosto de 2012

[L1] Capítulo 21: Unos dejan sitio a otros

Antes de nada: tomaros el tiempo que queráis para leer este capítulo, porque me ha salido mucho más largo de lo normal. 11 páginas tiene. Así compenso todo lo que no he subido durante este mes :)
¡Un beso! Y gracias por los comentarios, me encantan<3




Las uñas de la mano de Crad no cesaban de repiquetear contra la mesa de la cocina. El chico miraba hacia todos los lados, y su mente estaba inundada de un caos enorme. Había recordado quién era aquel hombre y por qué lo conocía. No cabía duda, él era el que...
Guedy colocó un cuenco de sopa humeante sobre la mesa, frente a Crad. El joven la miró y ella sonrió amigablemente.
Es sopa de especias —explicó—. Va muy bien para recobrar fuerzas, y además está deliciosa.
Crad le devolvió la sonrisa.
Gracias por su hospitalidad —le dijo.
Lo cierto era que se sentía incómodo. Nunca antes había tratado con desconocidos de aquella forma. Meterse en su casa, sentirse agradecido porque le salvaran el cuello y luego tener que comer comida que le preparan expresamente para él. No, aquello no era lo suyo. Él era del tipo de personas que se escondían entre los árboles, y esos comportamientos se le quedaban grandes. Pero no pensaba irse entonces. Algo le retenía.
Y Guedy notaba su nerviosismo.
No te preocupes por mi marido —saltó de repente, mientras le daba la espalda y limpiaba la cocina—. Él es un hombre serio, y quiere enseñarle a la chica algo importante para los dos.
No me preocupa —confesó Crad.
No se sentía celoso, pero las cosas no le cuadraban. Él había confesado ser de la Séptima Estrella, y Anthony sabía su historia y quién era en realidad. Melissa era en cambio una auténtica desconocida.
Pero —dijo súbitamente—, ¿por qué a mí no me deja y a Melissa sí? Es decir, no sé qué podría haber que yo no pudiera saber. Ha sido muy severo con que no podía entrar.
Guedy se volvió hacia él y apoyó sus manos sobre la encimera a su espalda, manteniendo su peso en sus casi esqueléticos brazos.
Por la sencilla razón de que nosotros dos no lo entenderíamos. Solo ellos pueden saber de lo que hablan.


Anthony paseaba por la habitación, hablando con una profesionalidad y fluidez increíble, como si lo hubiera estado ensayando durante años. Melissa iba detrás, callada y escuchando con atención lo que el hombre le contaba. La joven descubrió que se había ambientado tanto a aquel mundo, que había llegado a olvidarse de dónde procedía realmente. Por una parte se sentía feliz, porque eso era lo que había querido desde el principio: huir del orfanato y empezar una nueva vida. Pero todo había terminado muy distinto de como se esperaba.
Fui por el bosque a pasear un rato, pues el ambiente del orfanato me asfixiaba —relataba Anthony—. Iba con mi maletín —dijo señalando dicho objeto, el cual descansaba sobre una silla—, y entonces oí algo raro; un agudo gruñido. Como científico que soy, la curiosidad me pudo, así que comencé a buscar.
Se detuvo de repente frente a una mesa. Melissa casi chocó contra él, pero se paró a tiempo. La espalda de Anthony le impedía ver qué había delante, así que se movió ligeramente hacia un lado.
Me agaché apoyándome en un árbol de grueso tronco y miré por detrás. De repente, una especie de animal peludo y alargado salió de la nada, rozándome la mano. Lo extraño fue que creía que sentiría algo suave, pero en cambio lo que me tocó fue un objeto duro, frío y puntiagudo. Todo empezó a dar vueltas a mi alrededor, volviéndose una mancha de forma irreconocible. Cuando me di cuenta, había aparecido en mitad de un bosque totalmente distinto.
Anthony se volvió de nuevo hacia Melissa, y abrió la palma de su mano, mostrándole a la joven lo que sujetaba. Era una diminuta piedra celeste que brillaba con los escasos rayos de sol que le llegaban.
Esto lo encontré solo llegar al bosque, a mi vera. Lo conservo desde entonces.
El estómago de Melissa dio un vuelco. Lentamente se llevó la mano al cuello y tiró de la cadena de plata, enseñándole así el colgante. Anthony observó la piedra envuelta en la espiral de plata. Piedra celeste... Miró el trozo que sostenía él, para luego volver la vista a la de Melissa. Era la misma.
¿Qué significa esto? —preguntó Anthony.
Melissa negó con la cabeza.
Probablemente sepa lo mismo o menos que tú —le dijo.


¿Syna? —la llamaba—. ¡Syna!
Nada, no había manera. La había vuelto a perder de vista. De nuevo se encontraba en medio de toda aquella gente del mercado. Sola, perdida y sin saber adónde ir. Qué bien pintaba aquello.
Sin más dilación decidió enfilarse por los carros y cajas que por allí había. Había gente que la miraba, y algunos comerciantes le gritaban, pero ella los ignoraba. Al final se dio por vencida y bajó. Avanzó hasta salir de la placeta. Tanto barullo la abrumaba. Fue entonces cuando le pareció haber visto a alguien esconderse en un callejón. Sintió algo extraño en el cuerpo, y una tremenda curiosidad la obligó a avanzar. A lo mejor era Syna.
Cuando ya tenía recorrida la mitad del callejón, oyó algo. Un graznido que le sonó familiar y escalofriante a la vez. Alzó la cabeza y encontró justo allí, apoyado sobre el alféizar de una ventana, a un cuervo que la observaba.
Un cuervo con un solo ojo.
Una fresca brisa se coló por el callejón, rozando la piel de Gabrielle, provocando así que esta empezara a tener algo de frío.

Te quiero mucho, pequeña —dijo el hombre besándome la frente con dulzura—. Volveré, te lo prometo.
Luego se fue por la puerta, dejándonos a mí y a una mujer solas en la casa. Aquel hombre vestía una armadura que brillaba con la luz del sol.
Una armadura de guerrero de Gouverón.
Sonreí. Él era tan valiente. Lo sabía, se le veía. Lo admiraba mucho.

El cuervo alzó el vuelo, y Gabrielle salió de su ensimismamiento. ¿Qué había sido aquello? Eran... ¿recuerdos? ¿Recuerdos de cuando era pequeña? Pero... ¿por qué los veía justo entonces?
De repente vio una sombra. Alguien se ocultaba en la esquina de aquella calle. Aún alterada por lo que acababa de presenciar, sacó la daga de su cinturón y avanzó muy poco a poco. Un sudor frío le recorría las mejillas. Se sentía como en una especie de sueño.
Y entonces apareció.
Una espada se abalanzó sobre la joven, con intención de partirla por la mitad, pero Gabrielle fue más rápida y alzó su pequeña daga. Ambos hierros chocaron, provocando un gran estruendo que resonó a su alrededor. De la daga de Gabrielle parecieron salir unas misteriosas chispas violetas. Pero ninguno de los dos jóvenes se percataron de ello, pues estaban demasiado ocupados mirándose el uno al otro.
No puede ser —susurró Gabrielle.
Hola de nuevo —saludó él, sonriendo de lado.
Ahí, delante de la chica, se encontraba aquel chico rubio de ojos verdes y blancos y perfectos dientes. Cuando Gabrielle bajó la mirada se encontró de nuevo con el medallón de madera tallada, y toda sorpresa se esfumó. Sacó las fuerzas de donde pudo y con un brusco movimiento, empujó a Koren hacia atrás. Este, pillado de improvisto, no pudo resistirse. Aun así se incorporó enseguida y no perdió su sonrisa.
Todavía no conozco tu nombre —objetó el chico.
A Gabrielle le molestó tanta tranquilidad, pero le devolvió la sonrisa.
Mi nombre tampoco importa —dijo.
De repente, la joven oyó el aleteo de unas alas. Alzó la cabeza hacia arriba y se encontró con el cuervo de antes.

No te pasará nada. Te lo prometo.

Una punzada de dolor le atravesó la sien, y se llevó la mano a dicho lugar. Otra vez le había parecido observar un recuerdo del pasado... Era algo tan extraño que no sabía cómo aceptarlo.
Pero enseguida tuvo que despejarse, porque alguien la agarró por detrás y el frío hilo de una espada le rozó la piel del cuello, mientras sentía que su propia daga resbalaba de su mano y caía al suelo con un fuerte tintineo. Un dulce aroma a hierbabuena le invadió la nariz.
Nunca te despistes —susurró el chico en su oído.
Gabrielle maldijo para sus adentros. ¿Qué le estaba ocurriendo? Ella no era de esa forma. Aun así no se rindió y puso en marcha un último plan, que Koren no se esperaba en absoluto. Con un ágil movimiento, giró la cabeza y mordió la mano que sostenía la espada. Sintió un leve escozor en el cuello, pero no le echó importancia. El chico se quejó, y Gabrielle, rápida como el viento, cogió la daga con el pie y la alzó en el aire para cogerla. Una vez se deshizo del abrazo de Koren, se giró hacia él y lo empotró contra la pared con tal brusquedad, que la gruesa espada de este salió volando y se clavó en la dura piedra del callejón, a unos metros de ellos dos.
Nunca te despistes —repitió Gabrielle, imitando su tono de voz.
Se quedaron así unos segundos, mirándose el uno al otro. De nuevo estaban en la misma situación, y la joven volvía a preguntarse qué hacer. Bajó la mirada hasta encontrarse con el colgante de Koren. El símbolo que colgaba de su cuello le devolvió el dolor de aquel día. Con un movimiento limpio, deslizó la daga en un arco perfecto.
Al caer, el eco resonó en todo el callejón.
Koren la observó, interrogante. Gabrielle solamente lo soltó. El medallón yacía en el suelo, y ninguno de los dos se preocupó por recogerlo. Sin dejar de mirarlo fijamente, Gabrielle caminó hacia atrás para salir del callejón.
No te me vuelvas a aparecer así —murmuró la chica.
No pensaba matarlo. No quería. Ese chico debía tener su edad o un poco más, y ella tampoco quería matar a alguien sin razones. Koren no tenía la culpa de ser entrenado como guerrero de Gouverón. Siendo tan joven, posiblemente lo hayan obligado. Pero Gabrielle no quería pensar mucho en ello, así que decidió irse. Cogió la espada que todavía estaba clavada en la piedra de la calle y la tiró hacia él. Koren la cogió al vuelo y se la colocó en la espalda.
Para cuando miró de nuevo, la joven ya había desaparecido.


La flecha silbó en el aire hasta clavarse en el trozo de madera.
No había hecho diana. Bueno, tampoco era una novedad.
Frustrada, lanzó un bufido y tiró el arco al suelo con fuerza. No se le daba bien la lucha a distancia. Por increíble que pareciera, la lucha cuerpo a cuerpo era su fuerte. Por ello era famosa. Una chica pequeña, delgada y con rostro de niña podía llegar a ser un peligro en batalla. Aunque todavía estaba en formación para llegar a ser una guerrera de Gouverón. La primera guerrera de Gouverón de la historia.
Rendirte a la primera no te servirá de nada.
La joven giró la cabeza en busca de la persona que había dicho aquello. Se encontró con su sirviente personal, un chico extremadamente alto, con el cabello semilargo y negro, y los ojos de una extraña tonalidad verde.
Llevo intentándolo desde hace tanto tiempo, así que creo que ya no sirve eso de a la primera —objetó.
Su sirviente sonrió y le ofreció una hogaza de pan y un trozo de embutido. Tras dudar unos instantes, la joven los aceptó. Tenía hambre. Ella siempre tenía hambre. Empezó a mordisquear el pan y el embutido, con finura pero desesperación a la vez.
Señorita Inya, no coma tan deprisa que se atragantará —le avisó su sirviente.
Inya tragó.
Tengo hambre —dijo. Luego miró directamente a los ojos de su sirviente—. Gracias por no utilizar mi horrible nombre completo, David.
David sonrió.
Estar casi diez años con usted me sirve para aprender eso al menos. —Dirigió su mirada hacia el suelo, donde todavía estaba el arco—. Espero que no lo haya roto.
La joven rió y se agachó para cogerlo, a pesar de las insistencias de David de que lo recogería él. Observó el arco un rato y tras comprobar que estaba en perfecto estado se lo colgó al hombro y se encaminó hacia el interior de su casa. David la siguió con porte elegante, pero de repente se detuvo. Inya se dio cuenta y se giró hacia él para ver qué le ocurría.
Acabo de recordar algo —dijo él, chasqueando los dedos de la mano derecha—. Me han informado de que su prometido ya ha completado su entrenamiento de clase B y está en la ciudad.
Los ojos chocolate de Inya, ya grandes de por sí, se agrandaron todavía más, y su pequeño rostro de porcelana recubierto por ligeras pecas se sonrojó por completo, contrastando con su cabello color miel recogido hacia atrás en una coleta.
¿Qué? —consiguió susurrar. Su emoción era tal que no conseguía hablar.
Tiró el arco de nuevo al suelo y echó a correr hacia la salida. Cuando estaba a punto de llegar, David la cogió del brazo. Inya le lanzó una mirada de advertencia e intentó zafarse de su mano. Pero no consiguió nada. El condenado tenía bastante fuerza.
¡Señorita Inya! ¡No puede ir a verlo ahora!
¿Por qué? —protestó ella.
¡Las normas, señorita Inya! —le recordó—. Lo verá en la celebración, no se preocupe —intentó calmarla.
Inya dejó de resistirse y lo miró a los ojos. Luego soltó un bufido y giró la cabeza. Solo entonces David la soltó, porque sabía que no escaparía.
Parecen muy enamorados —opinó David.
Hubo unos escasos segundos de silencio
Sí —murmuró Inya escueta.
La joven sabía que David sería el único que podría entender con qué segundas intenciones venía aquella palabra que ella acababa de pronunciar.
Veo que sigue pensando en ello —confirmó.
Inya no contestó.


El cuervo volaba por encima de los tejados de las casas de Rihem. Su ojo dorado miraba al frente, y su cuerpo no dudaba la dirección que seguía en ningún momento. Sabía dónde tenía que ir. Sabía dónde debía encontrarse con él.
Realizó un limpio giro hacia abajo, hacia una de esas calles zigzagueantes casi desiertas. Casi.
Allí de pie había un hombre envuelto en una extraña capa oscura, la cual se veía que la llevaba de hacía tiempo. Súbitamente, ese hombre alzó un brazo y el cuervo se posó sobre su dedo delicadamente. En la oscuridad de la calle y las sombras que la capucha le cubrían el rostro, el hombre sonrió.
Está yendo todo como lo planeé —susurró, nadie sabría si para sí mismo o dirigiéndose al cuervo—. Me alegro de que así sea.
Las campanas de la torre de Rihem comenzaron a sonar. Una. Dos. Tres. Cuatro. Así hasta llegar a las doce. Eran las doce del mediodía. El cuervo se colocó sobre el hombro del extraño sin que este le dijera nada, y ambos se quedaron muy quietos.
Es de mala educación espiar a alguien a escondidas —dijo de repente, sin volverse.
Algo a su espalda se movió, y de las sombras apareció un viejo con sombrero de paja y una capa grisácea cubriéndole el cuerpo casi por completo. Varios mechones canosos rizados revoloteaban sobre sus hombros a causa de las corrientes de viento que allí había. Al alzar la cabeza hacia el hombre de la capa negra, dejó ver unos extraños ojos apagados.
Unos ojos quemados. Los ojos de un ciego.
Cuánto tiempo.
El primer hombre sonrió y se volvió para poder mirar cara a cara al mendigo.
Cierto. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos —afirmó.
Me extraña encontrarte fuera de tu guarida —contestó el mendigo secamente—. Creí que ya nunca más saldrías. Creí que te habías rendido.
Querido hermano, deberías saber de sobras que yo nunca me rindo. Al igual que tú, por lo que veo. Todavía estando ciego sigues paseando por estas calles.
Es la ventaja de tener otro par de ojos de reserva. —Otro cuervo idéntico al anterior, a diferencia de que este no carecía de un globo ocular, bajó hacia ellos en picado, posándose delicadamente sobre el hombro del mendigo—. Aunque tampoco soy el único que tiene problemas con los ojos.
Esta vez, el extraño no se mostró tan indiferente. Apretó los puños y su labio tembló levemente, antes de transformarse en una sonrisa forzada. Al alzar la cabeza, su rostro quedó al descubierto por completo. Un ojo dorado brilló levemente por un instante, para luego apagarse y quedarse como un ojo dorado normal, sin nada de especial.
El ojo izquierdo lo tenía cubierto por una larga cicatriz, al igual que el cuervo.
No has cambiado nada, Meik —objetó—. Sigues igual de cabrón que siempre.
Meik rió.
Y tú sigues igual de frío —contestó él. Luego sonrió y miró al hombre con ternura—. Pero me alegra que hayas decidido salir a ver cómo iba todo por aquí. Empezaba a temer que mi hora llegase antes de que tú hicieras algo. —Empleó un extraño tono de voz en la última frase.
Bueno, sería muy idiota si lo dejara correr después de todo el esfuerzo que empleamos ambos hace tantos años.
Cierto —afirmó Meik, devolviendo su mente al pasado.
Se hizo el silencio entre ellos dos, solamente roto por los silbidos del viento y el ondear de sus capas.
Me alegro de verte, hermano —dijo el hombre sin ojo de repente.
Yo igual, hermano.
Meik le tendió la mano y el otro no dudó en estrechársela, agradecido.
Te he echado de menos, Heik —confesó el mendigo.
Heik sonrió.


Había visto al cuervo pasar sobre su cabeza, veloz. Solo habían sido unos segundos, pero ella lo había visto. Su ojo cicatrizado delataba que era ese cuervo; el que tantos años atrás marcaba que él estaba allí de nuevo.
Syna lo quería seguir, pero al final se lo había pensado mejor. Hacía muchos años que él y ella habían dejado de verse, y estaba insegura. Así que se había quedado con su caballo, rondando por las calles de Rihem en busca de su pequeña compañera perdida. Y de paso echaba un vistazo a las gentes, para ver si encontraba a la tal Melissa. La percibía a veces, pero enseguida desaparecía. Aquello la inquietaba bastante. ¿Tendría problemas con su don? ¿No funcionaba bien? Bueno, tampoco era una novedad, porque siempre iba mal. Desventajas de ser una bastarda. Ella era un error, y no tendría por qué haber nacido. Lo pensaba muchas veces, y cuando era pequeña se lo decía al que fue su mentor y la acogió, al que la rescató de esos soldados cuando era una niña de doce años. Él entonces le pegaba una bofetada. «Jamás vuelvas a decir algo así, ¿me oyes?» era lo que decía, muy seriamente y paseando su dedo índice frente a la sorprendida cara de Syna. Ella asentía con la cabeza y ya no decía nada más en todo el día. Su mentor nunca la pegaba, así que aquello debía ser serio. Pero al cabo del tiempo volvía a hacer la misma declaración. Y él volvía a pegarle. Ella siguió con él porque sabía que en realidad no era una mala persona. Y porque le transmitía una extraña sensación de curiosidad. Su cabello azabache ya adquiría una tonalidad grisácea, y sus ojos parecían estar quemados, porque eran casi blancos. Estaba ciego, cierto, pero se movía como si no lo estuviera. Cualquiera que no viera sus ojos, pensaría que era una persona normal. Syna quería conocer su secreto, pero nunca se atrevía a preguntar sobre el tema.
Absorta en sus pensamientos, cruzó una esquina y siguió avanzando, cuando de repente se detuvo al oír el grito de un niño. Puso sus sentidos en alerta y buscó con la mirada dónde se encontraba el que pedía auxilio.
¡Eres un inútil! —se oyó chillar a otro niño con voz amenazante.
¡Tu madre es una prostituta y tu padre un bandido! ¡Tu vida no sirve para nada! —decía otro.
¡Dejadme en paz! —imploraba la víctima entre lágrimas.
¡No queremos! —sentenció un tercer chico.
Risas. Risas entremezcladas con los lamentos del inofensivo chico, que no se atrevía a arremeterse contra sus abusones porque, básicamente, estos hacían dos de él. Él era bajito, rubio y delgaducho. Nada comparado con esos bestias.
Empujones, empujones y más empujones. El rubio cayó al suelo, y los otros chicos le rodearon. Sus ojos estaba cubierto por una capa de niebla originada a causa de las lágrimas, pero aun así pudo entrever las cabezas de sus atacantes. Cinco chicos dos años más, riéndose hacia él, riéndose de él. Estando en medio, en el suelo, encogido en posición fetal, con las manos sobre la cabeza y temblando, con todos los demás a su alrededor, se sentía extraño. Quería desaparecer de ahí, y que aquello solo fuera un sueño. La impotencia de no poder hacer nada. La desmoralización por parte de los otros. No sabes lo que se siente hasta que te ocurre a ti. Y no crees que te ocurrirá jamás hasta que llega. Si eres bueno y débil, todos irán a por ti. Porque les divierte. Porque son monstruos.
El pequeño se levantó a duras penas, mostrando así que no quería rendirse. Obviamente, su torpeza desencadenó otra gama de carcajadas, lo que lo desmoralizó aún más. Pero de repente, el silencio inundó el ambiente.
Las manos del que podría ser el cabecilla se habían dirigido al centro para empujar de nuevo al débil rubio. Pero una brillante, afilada y letal espada se había abalanzado sobre estas, y su filo se había quedado a un escaso centímetro de sus muñecas. El rostro del chico estaba blanco, los ojos casi se le salían de las cuencas. Parecía que iba a desmayarse.
Con mucha cautela, giró la cabeza hacia el portador de la espada, descubriendo así que no era portador si no portadora. Una bella mujer de cabellos lacios y de un negro nunca visto mantenía la expresión fría y desafiante con el niño. Dentro de sus ojos dorados parecía formarse un intenso remolino de ira. Todo aquello acongojó al chico aún más.
No le toques ni un pelo o te quedas sin —dijo ella secamente.
No hizo falta especificar, pues todos lo sabían. Y todos estaban atentos a lo que pasaba. Atentos y temblando como hojas. El niño que tenía la espada a punto de rozarle las muñecas estaba a punto de llorar. Abría la boca para decir algo, pero solo le salían extraños sonidos; ninguna palabra coherente.
Cuando hubo pasado un minuto de silencio y puro de terror, Syna volvió a hablar:
Iros —ordenó—. Iros todos. Y más os vale que lejos, porque no quiero veros nunca más.
No hizo falta repetirlo. Los cuatro chicos que estaban libres se fueron corriendo como si estuvieran locos, agitando los brazos en el aire y sudando la gota gorda. Alguno corrió mirando hacia atrás porque no se fiaba de la mujer.
Enseguida se quedaron solos el cabecilla del grupo, Syna y la víctima. Muy lentamente, la mujer retiró la espada y la envainó.
Tú también —le indicó al pálido chico.
Gra-gra-gra-gra-gra-gracias señora—tartamudeó, inclinándose varias veces, y recuperando el color normal de su rostro poco a poco.
No tardó nada en girarse y salir corriendo. Nunca se le había visto correr tan rápido, y era bastante cómico, porque su correr era patoso a causa del terror y su gran panza.
El callejón se quedó en silencio. El chico rubio, aún sorprendido por todo lo que acababa de ocurrir, miraba a Syna con una mezcla de admiración, agradecimiento y temor. Y reconocimiento.
Muchas gracias, señora de la espada —dijo de repente, habiendo cogido una bocana de aire antes.
No tienes por qué dármelas.
Es mi obligación. Usted me ha salvado, aun sabiendo quién soy. Todavía me acuerdo de usted. Yo iba con mi padre y sus dos compañeros por el Bosque, ¿recuerda usted?
Hablas mucho más que la primera vez —opinó Syna.
El niño rubio sonrió.
No hacía falta que los amenazaras de esa manera —murmuró—. Además... aún no se han disculpado.
Syna le dio la espalda, dispuesta a marcharse.
No serviría de nada obligarles a pedirte perdón, porque no lo sentirían de verdad. Solo sentirían miedo, temor. Un lo siento debe decirse de forma sincera, si no, no hace falta molestarse en pronunciarlo. Cuidate.
Dicho esto, empezó a andar hacia delante, sin mirar atrás. Había dejado su caballo en la entrada del callejón, y allí estaba aún. Le sorprendía la lealtad de este, pero no podía esperarse menos de un caballo viejo que llevaba toda su vida sirviendo a los demás.
¡Espere, señora de la espada! —gritó el niño a su espalda, echando a correr.
Syna no se detuvo y esperó a que el niño la alcanzara. Él se colocó frente a ella, impidiéndole que pudiera seguir avanzando.
Quiero irme con usted —sentenció.
Se hizo un silencio sepulcral.
No.
Lo rodeó sin añadir nada más y se dirigió a su caballo.
¿Pero por qué? —preguntó el pequeño—. ¡Le juro que seré leal, no le fallaré! ¡Cuidaré de su caballo, le limpiaré los zapatos a usted! ¡No se arrepentirá!
Syna colocó un pie en el estribo y se impulsó para subirse a la silla de montar.
No necesito nada de eso —dijo, mirándolo fijamente—. Además, el lugar adonde voy no es adecuado para un niño.
¡Le juro que soy fuerte! —insistía él.
Un niño que no sabe enfrentarse a los que le hacen daño no es un niño fuerte.
El niño quiso decirle que acarreaba kilos de harina casi tan pesados como él, pero Syna ya había huído con el caballo.
Tardaría unos años más en descubrir qué significaba exactamente ser fuerte.


Melissa y Anthony seguían parloteando por la habitación. Ambos habían hecho todo lo posible para intentar averiguar algo sobre la conexión entre la Tierra y Anielle, pero no habían sacado nada, así que Anthony se había decantado por preguntarle a Melissa sobre la situación en el orfanato desde que él se ausentó.
Supongo que ya nadie me busca.
Melissa lo miró sorprendida.
¡Claro que te buscan! —exclamó—. El director hace todo lo posible por encontrarte todavía. No ha vuelto a ser el mismo desde...
Se calló de repente al ver a Anthony cabizbajo. A lo mejor le hubiera tenido que mentir. Si le hubiera dicho que ya nadie lo buscaba, que todos se habían olvidado de él, se sentiría mejor. Pero sabiendo que todavía le buscan y que él no podía volver a verlos porque no sabía cómo llegar hasta allí... eso le hacía sentir mucho peor.
Con un rápido movimiento, Melissa cogió la mano de Anthony para así llamar su atención.
Te prometo que si encuentro una forma de regresar a la Tierra, te lo notificaré enseguida.
Anthony sonrió.
Lo mismo digo. —Hizo una pausa para incorporarse y estrecharle la mano a la joven—. ¿Socios?
Socios.
Ambos sonrieron, agradecidos de reencontrarse. La mirada de Melissa se volvió involuntariamente hacia la mesa que Anthony tenía a su espalda. Una flor que brillaba con los rayos de sol le llamó la atención. Le recordó a algún lugar...
Elybel —susurró para sí misma.
Aquella flor la había visto en Falesia, en uno de sus paseos por la ciudad-refugio de los elfos. Eso le había hecho recordar a la elfa que habían dejado comprando comida.
¿Quién es Elybel? —preguntó Anthony.
¡Era nuestra compañera! Pero la dejamos en... —empezó a explicar Melissa—. ¡Crad! ¡Crad! —exclamó.
Se dirigió a la puerta rápidamente, soltando la mano de Anthony. La abrió de un empujón y volvió a llamar:
¡Crad!
¿Qué?
Ahí delante estaba, sus ojos color avellana y sus distinguidos rizos oscuros. Había llegado muy pronto a la puerta.
¿Y Elybel? —preguntó Melissa de sopetón.
Crad lanzó una maldición. La joven le agarró la mano al chico y se lo llevó por delante.
Vamos a buscarla, no podemos dejarla sola —dijo—. ¡Hasta otra, Anthony! —gritó hacia el pasillo donde se encontraba un confuso Anthony—. ¡Un placer, Guedy! ¡Y gracias por la ropa!
¡Melissa, cógelo! —ordenó Guedy tirando algo hacia ella.
La joven lo cogió al vuelo y lo miró detenidamente. Era un panecillo. Tras un agradecimiento, una sonrisa, y luego una despedida por parte de Crad, ambos chicos salieron a la calle. Lamentablemente, después de una hora buscando y preguntando, se encontraron con un misterioso hombre de capa oscura que les contó que sí había visto a una chica joven con una trenza pelirroja. Una chica que salía del pueblo con bastantes prisas. Melissa le dio las gracias por la información, y cuando el hombre se hubo marchado, se giró hacia Crad.
¿Habrá vuelto a Falesia?
Es posible —respondió él, mostrando su despreocupada pose con las manos sobre la cabeza—. Elybel siempre hace lo mismo. Desaparece sin despedirse de nadie.
Es muy independiente —objetó Melissa.
Crad asintió. No hacía falta conocer muy a fondo a Elybel para saber aquello. Se le veía a primera vista.
¡Ey, chicos!
Ambos jóvenes buscaron el origen de la voz. Una mujer menuda y pelirroja se acercó a ellos corriendo con una sonrisa en los labios. Efectivamente, era Guedy.
Os estaba buscando —informó la simpática dama—. Os habéis dejado todo en nuestra casa, incluido al pequeño cachorro negro.
Oh, vaya, esto se está convirtiendo en una costumbre —murmuró Melissa.
¡Está anocheciendo! —exclamó Guedy de repente, señalando el cielo rojizo—. ¿Tenéis algún sitio donde dormir? ¡Podéis dormir en nuestra casa! Tenemos una habitación con dos camas de sobras. ¡Para nosotros no sería ninguna molestia que pasarais la noche! —parloteaba, impidiendo que los otros dos pudieran replicar algo—. ¡Además tendréis hambre!
No hace falta que te molestes —tranquilizó Melissa—. Nosotros...
El gran rugido de su estómago la interrumpió. La situación se había vuelto de repente algo cómica. Vaya casualidades... A su vera, Crad reía, y Melissa le propinó un leve codazo.
Cállate —susurró, molesta y algo avergonzada.
No pasa nada, venid, venid —les apremiaba Guedy.
Guedy era una mujer alegre y demasiado hospitalaria. Desde el primer momento transmitía confianza, y se preocupaba por todos. Era alguien agradable, y de esas personas, Melissa no había conocido a muchas.
Crad, por su lado, pensaba que en cierto modo, Guedy se parecía a Yaiwey. Yaiwey no era tan habladora, pero sí que recibía bien las visitas y les daba todo lo que pedían. Como cuando se encontró con él y su hermana.
Quizá por eso los dos aceptaron irse con ella.


Un nuevo bostezo, tan intenso que le provocó lágrimas. Tenía sueño, mucho sueño, pero aun así debía seguir vagando por Rihem. Había perdido esperanza de encontrarse con Syna, y estaba buscando ya alguna posada donde hospedarse. Pero cuando encontraba alguna, algo en su interior le decía que siguiera buscando un rato más. Y así llevaba varias horas. Se le había hecho de noche, y al principio le parecía divertido observar lo que había a su alrededor. Hacía tiempo que no estaba en Rihem. De pequeña lo había visitado con uno de sus amos, para ir a comprar al famoso gran mercado. De aquella ciudad tenía buenos recuerdos, ya que pasaron allí una semana. Agradecía poder volver a visitar aquellas calles. Pero después de tantas horas de paseo, las casas le resultaban monótonas y aburridas, y las gentes igual.
Frustrada, chutó una piedra que había por el suelo. Se había detenido justo enfrente de un hostal, y como estaba tan cansada, decidió entrar. Luego recordó que no tenía dinero y retrocedió. Maldición.
De repente, algo metálico sonó a sus pies. Había tocado algo, y Gabrielle lo cogió con desconfianza y lo observó. Era un saco de dinero.
Nunca salgas de casa sin dinero, y más si tienes que ir a Rihem —dijo alguien.
Gabrielle, sobresaltada, se volvió hacia la voz. La alegría la evadió por completo, y una radiante sonrisa iluminó su rostro.
¡Syna! —exclamó, lanzándose a sus brazos.
Syna lanzó un leve quejido por la brusquedad de Gabrielle, pero no dijo nada.
Creía que me habías abandonado... —murmuró la muchacha aflojando el abrazo al darse cuenta de que Syna se había quejado.
Y yo creía que te habías caído por algún pozo.
La joven rió y se separó de su compañera. Estaba feliz de haberse encontrado de nuevo. No habría sabido qué hacer de no ser así. Luego miró el saco de dinero y el hostal.
Yo pago lo de las dos, vayamos dentro —indicó Syna avanzando hacia el establo privado del hostal con su caballo.
El caballo de Gabrielle estaba junto a esta, igual de cansado, y siguió solo a Syna.
¡No puedes pagar lo de las dos! —replicó Gabrielle, sintiéndose mal de repente.
¿Es que tú tienes dinero? —preguntó Syna sin volverse.
La muchacha maldijo por lo bajo.
Buscaré algo para ganar dinero —se dijo asintiendo con la cabeza, decidida.
Syna la miró.
¿Aquí? ¿En Rihem? ¿Estás segura, Gabrielle? —Gabrielle volvió a asentir como respuesta—. Bien, pues. Yo mañana me voy hacia el sur. Me da que esos a los que busco van a ir hacia allí.
Gabrielle titubeó.
Bueno pues... Yo... —Se quedó sin habla. Se había vuelto a meter en un callejón sin salida.
Syna lanzó una pequeña risita. Gabrielle se sorprendió. Nunca la había visto sonreír si quiera. Ese día parecía distinta.


Las estrellas salpicaban el cielo, y una gran y hermosa luna blanquecina, muy semejante a la de la Tierra pero más grande, iluminaba las calles de Rihem. En un principio podrían decirse que estaban vacías, y solo gatos callejeros peleaban en algún rincón. Pero si se era lo suficientemente bueno observando, podía descubrirse a una figura que saltaba de tejado en tejado, con una destreza y elegancia inigualable. Cuando sus botas tocaban las tejas, no se producía ningún sonido. Cuando su capa ondeaba en el viento, los chillidos de los gatos aplacaban el gruñido de la tela. Aquella figura era como un gran felino.
De repente, se detuvo. Se agachó con delicadeza y recogió algo de una teja. Lo observó detenidamente. Era un trozo de tela azul cielo, un tono que reconoció enseguida. La intuición llevó a la figura a descender por el tejado hasta llegar al borde. Allí asomó la cabeza y buscó una ventana abierta. La encontró enfrente suyo; una ventana sin cristal junto a una cama donde dormía un joven. Crad. La figura sonrió al encontrar su objetivo, y con un ágil movimiento, se colgó del tejado, quedando en el aire como un equilibrista. Seguidamente, se deslizó hacia abajo, colocando sus pies sobre el alféizar de la ventana con una gran delicadeza. Se colocó en cuclillas y observó al chico que allí dormía. Lo echaría de menos. No sabía cuánto tiempo debía estar alejada de su identidad, pero temía que bastante. Tenía que dejar atrás todo y ejercer la gran responsabilidad que le había caído encima. Era su deber.
Un ronquido la sacó de sus cavilaciones. Crad volvía a roncar. Eso era que estaba en el nivel más profundo del sueño. Y era perfecto, porque nadie podía despertarlo entonces.
La figura observó unos metros más adelante y descubrió otra cama, donde dormía una joven. Melissa, en efecto. Aquello provocó una sonrisa en el rostro del extraño. Sabía que esos dos se cuidarían bien el uno del otro. No había de qué preocuparse. Volvió sus ojos hacia Crad y su sonrisa se hizo más amplia aún. Aferrándose bien al borde del alféizar, inclinó su cuerpo hacia el chico. Sus rostros quedaron a escasos centímetros, y ambos podían olerse el aliento. Bueno, Crad no porque dormía.
Con un sencillo movimiento, la figura deslizó su rostro a la oreja de Crad.
Te echaré de menos —le susurró, alargando cada vocal.
Luego, sus labios se dirigieron hacia la frente del chico, y lo besó delicadamente y con mucho cariño. Por un momento parecía que nadie la podría separar de él. Pero haciendo acoplo de valor, se alejó y volvió a su posición anterior. Tras pensárselo varias veces, se llevó su mano al cinturón y sacó una daga pequeña de él. La hoja brilló con la luz de la luna blanquecina, y en su reflejo pudo ver sus ojos, esos ojos verdes de extrañas líneas doradas que la delataban aunque cambiara de aspecto.
Sus párpados se cerraron con fuerza, y la joven tragó saliva. Era el momento. Con la otra mano se agarró aquel mechón de pelo que le cubría casi siempre un ojo, y rápida como el viento, realizó un arco con la daga. El mechón quedó suelto en su mano, y la elfa lo apretó fuerte antes de dejarlo en la almohada junto al rostro del dormido Crad. Era su forma de decir adiós, y sabía que él entendería todo al verlo. Ellos siempre se entendían.
Volveremos a vernos, tenlo por seguro —dijo en voz baja—. Haré todo lo que esté en mis manos para volver a verte. —Miró a Melissa de nuevo—. Mientras, sigue con ella. En realidad es buena chica y sabe cómo detener tus estupideces. Yo en cambio simplemente te seguía el rollo. —Sonrió, nostálgica—. No quiero alargar esto. Hasta otra, Cradwerajan.
Y finalmente se levantó. Saltó hacia atrás con destreza, sin ni siquiera mirar el suelo de la calle. Aterrizó igual de elegante, con las rodillas dobladas y apoyando las manos en la tierra. Luego echó a correr. Sabía que si iba a paso tranquilo volvería hacia atrás. Pero no podía, por ello parecía una ladrona que acababa de robar en una casa, aunque en realidad se iba con menos de lo que había llegado.
Salió de Rihem, pero antes de entrar en el Bosque, echó un último vistazo atrás.
Te dije que era una mala idea dejarte un tiempo más.
La elfa se sobresaltó al reconocer la voz. Miró hacia arriba. Allí estaba él, sentado sobre la rama de un árbol, tan elegante, tan frío, tan indiferente.
Estoy perfectamente —sonrió Elybel.
No, no lo estás, y lo sabes. Estás haciendo que me sienta mal por dejarte esta responsabilidad.
No pasa nada, de verdad. No se preocupe, ahora mismo voy hacia Falesia sin más dilación. No me entretendré ya más de lo que me he entretenido estos días.
Por mucha oscuridad que hubiera, Elybel supo que él estaba sonriendo.
Me parece genial por tu parte —dijo.
Elybel observó la frondosidad del bosque.
¿Estás segura de ir de noche? —preguntó el chico del árbol.
Sí, no me asusta. Me lo conozco demasiado bien. ¿Y tú qué harás ahora?
Mi verdadero deber.
¿Es que tienes otra misión que cumplir?
Por supuesto. Como puedes ver, estoy muy solicitado —bromeó.
Elybel rió. Su primera impresión de él había sido una persona seria, pero a medida que lo había ido conociendo, había sabido que no lo era en absoluto.
Le deseo suerte —se despidió Elybel.
Y yo a vos.
Dicho esto, la elfa se perdió entre los árboles, y el chico de la rama se quedó solo y pensativo.
A saber qué es lo que puede pasar ahora —se dijo para sí mismo. Se incorporó en su rama y cruzó las manos sobre su vientre, apoyando la cabeza en el tronco del árbol y mirando al trozo de cielo estrellado que podía ver entre las hojas—. Será divertido observar un tiempo antes de actuar. 


sábado, 18 de agosto de 2012

CONCURSO 50&5000



¡Muy buenas!
Hacía tiempo que quería hacer un concurso, y al final me he decidido a hacerlo. No sé cómo irá, ni cuántas personas se apuntarán, pero yo lo intentaré... Tampoco voy a obligar a nadie, porque yo muchas veces me he apuntado a concursos y luego no me ha dado tiempo a enviar el relato u_u (algunos lo podrán afirmar). Pero basta de rollo y vayamos al bollo: el concurso.

Con este concurso quiero celebrar los 50 SEGUIDORES (bueno... en realidad son los 54 e.e) y las 5000 VISITAS (bueno... en realidad son un poco más, pero da igual). Muchas gracias a todos, de verdad :') Me siento tope emocionada... Cuando me creé este blog no pensé que seguiría de verdad (¡es el primer blog que sigo actualizando poco a poco de todos los que me he hecho!). Adoro vuestros comentarios, me hacéis muy muy muy feliz, de verdad ^-^ De nuevo muchas gracias... ¡Y no nos pongamos sentimentales, que si no voy a llorar! D:

Este concurso va a tener dos ramas (porque algunos me lo han "pedido"). Ya que creo que no habrá mucha gente, DEJO PARTICIPAR EN LAS DOS RAMAS y también dejo participar aunque no se hayan leído mi historia o no sean seguidores del blog.
 Aquí las normas y premios:


RELATOS

-Extensión: máximo 6 páginas (iba a poner 5 para conmemorar los 50&5000, pero me parecía... poco, así que regalo una página más).
-Formato: para evitar el riesgo de que me lleguen relatos con letras incomprensibles, demasiado grandes o demasiado pequeñas, voy a indicar que quiero o "Times New Roman" o "Cambria", y de tamaño 12 o 14 (os dejo una pequeña ventaja para hacer trampas por si no os cabe el relato e.e).
-Tema: aquí viene la cosa. La temática puede ser de lo que queráis (amor, terror, gore, amistad...). Pero ya que es un concurso de mi novela, tendré que meter algo de mi novela por aquí, ¿no? Pero os DOY A ELEGIR cuál de las dos opciones preferís:

  • Aparición de un personaje de mi novela (CUALQUIERA puede ser, como si queréis que salga el hijo de los bandidos con los que se encontró Syna, si alguien se acuerda de él, claro e.e). Podéis hacerlo protagonista y apropiaros de su personalidad, me da igual. O también podéis ponerlo de relleno si no se os ocurre nada. ¡Os dejo toda libertad!
  • La historia ocurre en Anielle. Así es, podéis inventaros LO QUE QUERÁIS y que ocurra en Anielle, sin necesidad de que salga ningún personaje de mi invención. Si necesitáis preguntar cualquier cosa sobre el mundo, podéis contar con mi ask ( http://ask.fm/anablackcherry) o por mi tuenti (Ana Escritora). Por si no lo habéis visto, aquí tenéis el mapa completo de Anielle:  http://elviajedemelissa-anac.blogspot.com.es/2012/07/anielle.html
El relato debe tener título y tiene que estar firmado bajo un seudónimo o vuestro nombre real, como prefiráis, y con el nombre de vuestro tuenti y el link de vuestro blog. Además debéis decirme si aceptáis o no que cuelgue vuestro relato en este blog. Enviádmelo en Word u OpenOffice (preferiblemente este último, pero si no se puede, ya me las apañaré) a mi correo: ana_c.escritora@hotmail.com


PLAZO HASTA EL 8 DE SEPTIEMBRE (INCLUIDO)

-Premios:
  1. Entrada y evento en tuenti y en este blog con una recomendación de su blog o novela publicada (?). Estar en mi estado durante una semana. El link de su blog estará en este blog para siempre. Le dejaré escribir un capítulo aparte de mi historia sobre lo que él quiera. Es decir, que puede coger a los personajes que desee y hacer con ellos lo que le plazca. El capítulo será publicado en este blog PERO no cambiará la historia (bueno, depende de cómo sea, pero en un principio no). Luego también podrá preguntar en privado UNA PREGUNTA sobre la historia y yo le responderé (es decir, que haré spoiler sin pegas). Eso sí, la información que le dé no podrá dársela a nadie... Será secreto. Y si él está de acuerdo, podrá elegir una escena para que ocurra en este libro o el siguiente (pero tendremos que hablarlo bien).
  2. Entrada y evento en tuenti y en este blog con una recomendación de su blog o novela publicada (?). Estar en mi estado durante una semana. El link de su blog estará en este blog para siempre. Si él está de acuerdo, podrá elegir una escena para que ocurra en este libro o el siguiente (pero tendremos que hablarlo bien).
  3. Entrada y evento en tuenti y en este blog con una recomendación de su blog o novela publicada (?). El link de su blog estará en este blog para siempre.
Con el permiso de los ganadores, colgaré sus relatos en el blog.
Si no me los he leído ya, me pasaré por los blogs de los ganadores, los leeré y los comentaré encantada.



POESÍAS

-Extensión: máximo 15 estrofas.
-Formato: para evitar el riesgo de que me lleguen poesías con letras incomprensibles, voy a indicar que quiero o "Times New Roman" o "Cambria", y de tamaño el que queráis, ya que no hay páginas límite, si no estrofas.
-Tema: al igual que en los relatos PODÉIS ELEGIR cuál de las tres opciones preferís:

  • Poesía sobre o dedicada a algún personaje (o a la autora e.e jojojojojojo) de El viaje de Melissa.
  • Poesía sobre Anielle.
  • Poesía LIBRE. Podéis escribir LO QUE OS DÉ LA GANA.
La poesía debe tener título y tiene que estar firmada bajo un seudónimo o vuestro nombre real, como prefiráis, y con el nombre de vuestro tuenti y el link de vuestro blog. Además debéis decirme si aceptáis o no que cuelgue vuestra poesía en este blog. Enviádmela en Word u OpenOffice (preferiblemente este último, pero si no se puede, ya me las apañaré) a mi correo: ana_c.escritora@hotmail.com



PLAZO HASTA EL 8 DE SEPTIEMBRE (INCLUIDO)

-Premios:

  1. Entrada y evento en tuenti y en este blog con una recomendación de su blog o novela publicada (?). El link de su blog estará en este blog para siempre. Le dejaré escribir una poesía para mi novela (si es que no sirve la que me ha enviado) que saldrá en el segundo libro (ya se le darán más detalles al ganador). Podrá preguntar en privado UNA PREGUNTA sobre la historia y yo le responderé (es decir, que haré spoiler sin pegas). Eso sí, la información que le dé no podrá dársela a nadie... Será secreto.
  2. Entrada y evento en tuenti y en este blog con una recomendación de su blog o novela publicada (?). El link de su blog estará en el blog para siempre. Le dejaré escribir una poesía para mi novela (si es que no sirve la que me ha enviado) que saldrá en el segundo libro (ya se le darán más detalles al ganador).
  3. Entrada y evento en tuenti y en este blog con una recomendación de su blog o novela publicada (?). El link de su blog estará en el blog para siempre.
Con el permiso de los ganadores, colgaré sus poesías en el blog.

Si no me los he leído ya, me pasaré por los blogs de los ganadores, los leeré y los comentaré encantada.

* * *

Y de momento es todo. Si hay cambios, ya a visaré. Ahora, si me da tiempo, termino de escribir el capítulo 21 y lo subo.

Arrivederci!