Miembros de la Séptima Estrella

lunes, 17 de septiembre de 2012

[L1] Capítulo 22: Recuperando recuerdos





El frío se le pegaba en la piel y le llegaba hasta los huesos, provocándole una congelación del cuerpo lenta y dolorosa. El ambiente era húmedo y desagradable. Todo era oscuridad, no se veía absolutamente nada, y se tenía que ir palpando las paredes para reconocer la sala. En efecto, era una celda construida bajo el castillo en el que habitaba Gouverón. Una celda oscura y fría, en la cual te sentías terriblemente solo.
Un grueso anillo de hierro pesado y oxidado rodeaba el tobillo derecho de la mujer. Las cadenas que colgaban apenas tenían dos metros, por lo que la dama se sentía muy inmovilizada. Pero ya llevaba años sin ser libre, sin poder correr por las calles de su antigua ciudad, recordando los momentos de su niñez, embriagándose de los sonidos y aromas que tan bien conocía. Desde aquel día que se la llevaron, separándola cruelmente de su pequeña niña, no había vuelto a palpar la libertad.
Su niña... Ella estaba muerta. Muerta a los cuatro años. Estaba tan segura de ello como nunca lo había estado de nada. Y su otra hija seguramente también lo estaba. Si la habían encontrado, claro estaba. Pero aún albergaba la esperanza de que hubiera sobrevivido, de que las sacerdotisas del Templo de Keyah la hubieran cuidado y refugiado de Gouverón y sus guerreros.
Un dolor atroz le golpeó el pecho, y los ojos le empezaron a escocer. De nuevo, la angustia se apoderó de ella. El no saber con certeza qué había ocurrido con sus hijas le provocaba un dolor interno imposible de sanar.
Y gritó. Y lloró. Y maldijo a Gouverón y todos sus secuaces. Y maldijo su vida. Quería morir, pero algo le impedía quitarse la vida. Sentía que aún quedaba algo en ese mundo que echaba sus brazos hacia ella y la aferraba con fuerza, impidiendo que se fuera. Maldijo aquel algo.
Entre sollozos y lamentos, la mujer escuchó un susurro. Intentó tranquilizarse y guardar silencio, aunque su respiración seguía agitada a causa del ataque de nervios.
Cójalo —dijo alguien.
La dama tragó saliva.
¿El qué? —preguntó con voz débil. Buscó en la oscuridad, pero no había nada. Estaba segura de que se encontraba sola en la celda.
En el suelo. Busque.
Tras una vacilación, la mujer obedeció a la voz. Comenzó a palpar el suelo hasta que llegó a la pared y rozó algo suave. Al principio se asustó, pero luego siguió acariciando el objeto y lo cogió. Lo reconoció enseguida.
Úselo, lo necesita más que yo —le dijo la misteriosa persona.
Era un pañuelo de seda fina. A la mujer le sorprendió encontrar aquello en un lugar como ese. Desconfiada, volvió a palpar el lugar donde había encontrado el trozo de tela y descubrió que había un agujero en la pared, a ras del suelo, que comunicaba con la celda contigua.
Gracias.
Se secó las lágrimas con cuidado, usando el menor espacio de tela posible, ya que consideraba que aquel pañuelo era demasiado caro para echarlo a perder con sus lágrimas. Una vez terminado, volvió a dejarlo en el agujero.
¿Quién eres? —preguntó en voz alta, para que la oyese bien.
Al otro lado de la pared pareció oírse una débil risa.
Si lo supiera, se lo diría. Pero ni yo misma sé quién soy. Ni siquiera tengo nombre; no soy nada.
La mujer se quedó atónita con la respuesta. Por el tono de su voz parecía una chica joven, pero tenía un acento muy marcado, similar al de los guardias de las celdas.
¿Cómo es posible que no sepas quién eres?
Porque llevo aquí encerrada desde que tengo memoria. No recuerdo cómo me llamaban, aunque sí que recuerdo vagamente a mis padres y mis hermanos.
¿Y cómo puedes seguir con vida? —preguntó, cada vez más sorprendida.
La joven tardó en responder un buen rato. Quizá se lo pensaba o quizá le costaba admitirlo en voz alta, pero al final se lo dijo.
Hay algo fuera, en este mundo, que me dice que me quede, que no me rinda, que luche. Siento que algún día esa persona vendrá a ayudarme a salir de aquí, aunque ahora todavía no sepa quién es.
La mujer se quedó callada, sin saber qué decir ante aquello. Al parecer, los pensamientos de la gente encerrada allí abajo eran similares. Quizá era el ambiente del lugar lo que hacía que todos creyeran en lo mismo. O quizá resultaba ser el corazón de cada persona el que se llenaba de esperanzas desesperadas.


Los rayos de sol se filtraron por entre sus párpados, provocando así que se despertase de aquel largo y reconfortante sueño. Su rostro se contrajo en una mueca de molestia, dado que el sol le hería los ojos. Miró a su alrededor, intentado recordar dónde se encontraba aquella vez. Al fin cayó en la cuenta de que dormía en casa de Anthony y Guedy, aquel extraño pero amable matrimonio. En la cama de al lado, Melissa todavía dormía, abrazada al pequeño cachorro de beichog sin nombre. En aquel momento parecía una chica tranquila y pacífica, pero Crad sabía que no era así en absoluto.
Se giró hacia el otro lado para mirar por la ventana, y entonces lo vio. Al lado de su rostro, sobre la almohada, yacía un mechón de cabello rojo; un tono de color que Crad reconoció enseguida.
Se incorporó de un salto y lo cogió con delicadeza, como si se tratase de una figura de porcelana y el chico temiera que se le rompiese. Lo observó detenidamente, y en su cabeza comenzaron a formarse miles de respuestas disparatadas al por qué estaba aquello allí.
Elybel se había ido, eso ya lo sabía. Pero si le había dejado un mechón de pelo en la almohada era porque sabía que tardarían en volver a verse. Y aquello lo inquietaba. ¿Adónde habría ido? ¿Qué estaría haciendo? ¿Por qué él no sabía nada? Todo se le hacía muy extraño, y un pensamiento le asoló la mente. Si un mechón de su cabello estaba allí, significaba que Elybel los había visitado por la noche, y él no se había enterado. Maldijo su gran defecto dormilón. Pero después de varios minutos cavilando en silencio, se guardó el regalo de la elfa en un saquito y lo pendió de su cinturón, que colgaba del cabezal de su cama. Rápidamente se levantó y se alisó las ropas con muy poco interés estético. Ni él ni Melissa habían querido aceptar ningún pijama que el matrimonio les había ofrecido por simple cortesía, por ello los dos habían dormido con los trajes normales. Aquello resultó ser una ventaja, porque entonces Crad ya estaba listo para partir. Pero cuando iba a abrir de la puerta de la habitación y a desaparecer tras ella, una voz lo retuvo:
¿Adónde vas, Crad?
El chico suspiró.
No me llamo Crad —replicó sin volverse—. Y voy a cumplir con la misión que me ha hecho venir hasta aquí.
Voy contigo —decidió Melissa sin pensárselo, saliendo ya de la cama con el beichog medio dormido en brazos.
Crad reaccionó enseguida y se colocó frente a la puerta, impidiéndole el paso. Melissa había ido corriendo hacia él, pero no había llegado a tiempo y se encontraba fulminándolo con la mirada y pensando alguna forma de apartarlo de en medio mientras sostenía con fuerza al animalito que se había despejado del todo por culpa del brusco movimiento.
No —sentenció Crad, sin moverse un ápice—. Esta vez voy a ir solo, y tú te quedarás aquí cuidando del bichejo ese.
¡Pero...!
¡Nada de peros! —le interrumpió él—. ¡No puedes venir, es demasiado peligroso para ti!
Se hizo un pesado silencio en la habitación que hizo más incómodo el momento de lo que se había vuelto ya. Solo entonces Melissa se dio cuenta de que estaba casi desnuda, de que había salido de la cama sin acordarse de que había dormido solo con la camisa. Aunque esta le iba grande, apenas le cubría el trasero y poco más. Pero antes de que pudiera ponerse roja, sacudió la cabeza inconscientemente. ¿Desde cuando era así de tímida?
Pero aquí yo no sé qué hacer —confesó—. Son demasiado amables con nosotros y les he dicho gracias tantas veces que me suena hasta egoísta. No les podemos dar nada a cambio y... —Se interrumpió a sí misma al ver la expresión suplicante de Crad—. Es... Está bien, me quedaré —aceptó a regañadientes.
Crad sonrió satisfecho y Melissa lo volvió a fulminar con la mirada.
Adiós, Mel —dijo, remarcando la última palabra mientras le revolvía el pelo sonriente.
Dicho esto, abrió la puerta y comenzó a bajar las escaleras rápidamente, dejando a Melissa sola con el animal en sus brazos. No pasaron más de tres segundos antes de que la chica se asomara por la puerta.
¿Volverás? —preguntó con voz débil.
Después de hablar se arrepintió. ¿Por qué le había dicho aquello? ¿Es que aún estaba atontada porque se acababa de despertar? La pregunta le parecía tan absurda que quería cerrar la puerta y esconderse en la habitación para siempre. Pero en cambio, Crad se detuvo, se volvió hacia ella y con una sonrisa en los labios dijo:
Por supuesto. Alguien tiene que llevarte de vuelta con Yaiwey y Cede.
El mal humor volvió a apoderarse de Melissa.
Adiós, Crad —se despidió sonriendo sarcásticamente.
Antes de que el chico pudiera replicar nada, Melissa ya se había encerrado en la habitación de nuevo. Con la espalda apoyada en la puerta, la joven observó a su pequeño beichog. Luego miró hacia la cama donde había dormido Crad y se encaminó hacia ella. Se tiró sobre esta y apoyó su brazo sobre el alféizar de la ventana sin cristal, sujetando al cachorro a su lado para que pudiera ver él también cómo amanecía un nuevo día.
Las gentes de Rihem salían a la calle y comenzaban a abrir ventanas y puestos de trabajo, provocando que la ciudad se asemejase a una flor saliendo del capullo. Aunque Melissa ya llevaba varios días en aquel extraño y anticuado mundo, todavía le resultaba extraño observar las insólitas costumbres de sus habitantes. Era como estar en una película del medievo con un punto de las del oeste. Era... difícil de explicar.
Una persona salió de la casa donde se encontraba. Melissa lo reconoció por los rizos castaños que adornaban su cabellera. Decidido y valiente, se adentró en la procesión de gente que iba a hacer las compras matutinas, y se dirigió calle abajo. La joven lo siguió con la mirada desde su ventana. Vio que se encaminaba hacia los límites de Rihem, y que se adentraba en la pequeña arboleda que allí había. Cuando desapareció por entre la vegetación, la cabeza de Melissa comenzó a funcionar con rapidez, originando ideas descabelladas. Sonriente, se alejó de la ventana y dejó al animal sobre la cama. Este enseguida se puso panza arriba para que la joven le acariciara.
¿Qué me dices, bichejo? ¿Crees que debería ir a pasear un rato?
El animal se incorporó y saltó de la cama. Corrió hasta la ropa de Melissa, mordió una bota y la arrastró hacia ella, la cual se sorprendió.
Vale, cogí el mensaje —rió mientras posaba los pies en el suelo y se agachaba para acariciar al beichog—. Eres un animal listo, bichejo.
Este aulló en respuesta mientras movía la cola de un lado hacia otro, contento, lo que hizo que a Melissa le recordase a un perro.
Sí, creo que te llamaré Bichejo.
Alguien llamó a la puerta dos veces.
¿Melissa? —preguntó una voz al otro lado.
Sí —respondió levantándose y estirándose la camisa al reconocer que era Guedy.
¿Crad acaba de salir?
Melissa sonrió al hecho de que le llamase Crad. Mientras cenaban, ella lo había hecho, y obviamente, el chico se había enfadado. Pero a Guedy en cambio le había encantado la abreviatura, y desde entonces lo llamaba así, cosa que aún mosqueaba más a Crad.
Sí, tenía que arreglar unos asuntos de la... Séptima Estrella. —El nombre de la organización le sonó raro diciéndolo ella.
Ah, bien, bien, entonces nada —dijo Guedy—. Pero no ha desayunado...
No pasa nada, Crad es fuerte —sonrió Melissa—. Podrá sobrevivir una mañana sin comer.
Ah, perfecto entonces. ¿Tú quieres bajar ya a desayunar?
Sí, ahora voy.
Al no recibir respuesta alguna al otro lado de la puerta, Melissa dio por sentado que Guedy se había ido. Cogió sus mallas y se las puso deprisa. Desayunaría, y luego iría a dar el paseo.


Syna cavilaba sin descanso, apoyando la mano en un árbol. Hacía rato que estaba en esa posición. Tanto, que Gabrielle comenzaba a preocuparse por ella.
¿Pasa algo?
No los percibo de ninguna forma —murmuró Syna clavando las uñas en la madera del tronco.
¿Percibir? —preguntó Gabrielle, confusa, sentada en el suelo—. ¿A quiénes?
Esa vez la mujer no respondió. Parecía muy concentrada, pero a la vez demasiado ausente, por ello Gabrielle no podía evitar inquietarse. Jugueteaba con las ramitas del suelo, nerviosa, sin saber si debía hablar en aquel momento o no. Al final se decidió.
Syna —dijo, atrayendo su mirada—. Hay algo que quiero preguntarte desde que nos conocimos. —Hizo una pausa antes de hablar de nuevo—: ¿Por qué brillan tus ojos?
Se hizo un pesado silencio solo roto por el susurro de las hojas de los árboles. De repente, Syna giró la cara bruscamente para no mirar a Gabrielle.
No es de tu incumbencia.
La joven se sorprendió ante su respuesta, pues nunca había oído a una Syna tan borde. Sintió que había hecho mal en preguntar, pero algo en su interior la obligaba a insistir. Una fuerza superior a ella. Una fuerza superior a la curiosidad.
Es que es algo... raro. Nunca antes lo había visto, y me llama la atención.
Déjalo —interrumpió secamente, clavando más las uñas en el árbol.
Pero es que es tan... como... mágico.
No.
¡Sí! Es hipnótico. ¿Y naciste ya con los ojos así?
Aquello pareció encender una chispa dentro de Syna. Por segunda vez, Gabrielle la vio mostrando un sentimiento que no fuera frialdad. La mujer volvió la cara hacia ella. Su expresión podía identificarse más como rabia y ansiedad que como enfado. La joven se asustó y se echó un tanto hacia atrás. Se escuchó una serie de crujidos, y el frío helado típico de invierno invadió el ambiente.
Gabrielle miró hacia abajo. Allí estaba. Una lengua de hielo se extendía desde la posición de Syna hasta la de ella. Unos centímetros más y le habría atrapado el pie, el cual lo sentía terriblemente congelado. La joven alzó la cabeza y observó a Syna. Esta parecía sorprendida y... triste.
Gabrielle, yo... —intentó decir.
Una serie de imágenes aterradoras cruzaron la mente de la asustada Gabrielle. Vio una playa oscurecida a causa de la noche y la tormenta. Ella iba en brazos de una mujer que lloraba. Pero no solo estaban ellas dos. Había otra niña pequeña más cogida de la mano de la mujer, pero no conseguía verla desde allí. Casi pudo sentir cómo las gotas de lluvia le cubrían las ropas y cómo el olor a pescado muerto se adentraba en su nariz. Era todo tan real... como un recuerdo olvidado.
Luego se vio a sí misma algo más mayor, en una humilde casa, con una mujer de iguales ojos verdes y cabello castaño, tan semblante a ella. Estaba escribiendo algo en un cuaderno de tapas de cuero. Al ver que la niña la observaba, le sonrió. Gabrielle vio mucha calidez en aquella sonrisa y tuvo ganas de abrazarla. Pero un tremendo golpe la interrumpió. La puerta de la casa se abrió y aparecieron varios guerreros de Gouverón. Las imágenes se volvieron entonces muy borrosas. Ella lloraba y gritaba mamá sin descanso. Las armaduras se interpusieron entre ella y la mujer, obstaculizando su visión. Uno de los guerreros la tomó de la mano y le susurró un lo siento.
La escena volvió a cambiar, confundiendo más a la pobre Gabrielle. Esa vez corría por un camino, oyendo gritos a su espalda. Saladas lágrimas le recorrían las mejillas, pero ella intentaba enfocar la vista y dejar de llorar. Se metió por un lugar lleno de grandes rocas, y se ocultó entre ellas como pudo. De repente, chocó contra alguien. Gritó, pero ese alguien le cubrió la boca con una mano y cogiéndola en brazos se la llevó de allí. Gabrielle quiso recordar su cara, pero no lo logró. Una luz la cegó, y lo último que recordó fue un color: el dorado. El mismo dorado brillante que bañaba el iris de Syna siempre.
Al fin volvió a la realidad. Tardó unos segundos en encajar las piezas, pero aun así no lo consiguió. Vio de nuevo el pasillo de hielo, y a una Syna extendiendo una mano temblorosa hacia ella. Gabrielle descubrió entonces que lo había sabido desde un principio, pero algo le había impedido verlo más claramente. En aquel momento todo lo encontraba más obvio, y pudo acusarla sin temor a equivocarse:
Eres una bruja.
Syna no respondió. Solo bajó la mano y se quedó mirándola. Gabrielle comprendió que había acertado. El terror le invadió la sangre. Tenía miedo. Miedo de Syna. Se levantó temblando, dio media vuelta y corrió. Oyó cómo la bruja gritaba su nombre, pero ella la ignoró y siguió corriendo. Solamente quería huir lejos. Lejos del peligro. Lejos de ella.
La cabeza le dolía terriblemente, y algo en su interior le dijo que se debía a todo lo que había visto en aquel extraño momento. Todo lo que había olvidado, todo lo que había estado buscando, la había golpeado y ella había salido mal parada. Se mareaba, como si acabara de utilizar todas sus fuerzas para romper un duro y grueso muro que se había elevado en su mente hacía años. Se sintió desfallecer, y no se daba cuenta de que había entrado ya en Rihem. Seguía corriendo sin saber hacia dónde iba, y toda la gente de la calle la observaba. Pero a ella no le importaba, mas que nada porque no los veía. Todos los recuerdos que recuperaba seguían cegándola, cayendo sobre ella, provocándole más y más dolor.
Su padre, quien tuvo que abandonar a su madre y a ella para ir a servir a Gouverón como uno de sus guerreros.
Su madre, la que la cuidó durante todos esos años sola, y la que luego fue detenida por Gouverón por razones desconocidas, alejándola de Gabrielle para siempre a sus cuatro años.
Cómo la pequeña huyó a petición de su madre, y cómo se encontró con aquel extraño hombre —que había resultado ser un brujo—, quien le borró la memoria de lo vivido y la dejó tirada en un pueblo hasta que la encontraron y la usaron de criada.
¿Por qué lo recordaba todo justo entonces, cuando Syna había desatado su poder delante de ella? El hechizo se había roto, pero Gabrielle no comprendía la razón. ¿Por qué entonces y no antes?
Tan despistada como estaba, terminó en el suelo, tropezando con algo. Por un momento creyó que alguien le había puesto la zancadilla, pero no volvió la cabeza. Su cabeza le daba vueltas y parecía que iba a estallar. No sabía cómo pararlo, y era consciente de que parecía una loca.
Koren Ladavatt, guerrero del nivel B.
Aquello pareció reavivarla un tanto. Con las manos aún sobre la cabeza, alzó poco a poco la vista. Descubrió que había llegado a la plaza de Rihem, la cual estaba abarrotada de gente. En el centro había un pequeño escenario desmontable, y sobre este, media docena de sillas donde se sentaban hombretones de gruesas armaduras. Uno de ellos era tan parecido a Koren, que Gabrielle dudó de si se trataba de él. Pero luego observó cómo un muchacho de cabellera rubia subía al escenario, y en cuanto sus ojos se encontraron, supo que se trataba del mismo Koren que ella conocía. Un hombre que hacía tres de él se plantó frente al chico y comenzó a hablar:
Koren Ladavatt, el menor de los Ladavatt, a superado todas las pruebas del nivel B con satisfacción. Así como dictan las normas de los guerreros de Gouverón, se le concede el diploma B, el antepenúltimo título en la escala de poder de los guerreros. —Hizo una pausa, durante la cual ninguno de los presentes pronunció palabra alguna. Un hombre de larga túnica granate se acercó al centro con una especie de mini-cápsula plateada de grabados dorados, la cual colgaba de unas gruesas cadenas. El hombre la alzó sobre la cabeza de Koren, el cual se arrodilló y agachó la cabeza hacia él. Con delicadeza, la cápsula comenzó a zarandearse y un ligero polvo grisáceo cayó sobre Koren—. Como las leyes dictan, los votos deben ser pronunciados por el joven guerrero antes de dar por finalizada la ceremonia —volvió a hablar el hombre del principio.
Yo, Koren Ladavatt —comenzó—, el menor de los Ladavatt, acepto los deberes de un guerrero de Gouverón de nivel B. Estaré siempre dispuesto a servir a Gouverón, desde este mismo instante hasta el día que fallezca, tanto en guerra como de forma natural. El honor irá delante de todo lo demás, y no desobedeceré a las autoridades. Siempre fiel a Gouverón, lo seguiré hasta la muerte.
La voz de Koren sonó demasiado monótona. Carecía de emoción, y al parecer, aquello inquietó al hombre que tanto se parecía a él. Aún sentado en su silla, chasqueó la lengua y se removió un poco. Colocó su mano en su barbilla y dejó caer todo el peso de su cabeza sobre esta. Parecía molesto.
El hombre de la extraña cápsula plateada dejó de zarandearla y se retiró unos pasos hacia atrás. El otro varón sonrió y Koren se levantó, pero mantuvo la mirada baja.
Así pues, que los dioses bendigan a este joven guerrero. Y ahora, otorguemos también un honor a su virilidad. —Se volvió hacia el público mostrando sus blancos y perfectos dientes—. Belinya de Sianse, la mediana de los Sianse.
Una dulce muchacha comenzó a subir por las escaleras del escenario improvisado. Se recogía la falda de su vestido color malva con elegancia y seguridad. Unos rizos color miel caían risueños por su espalda, y su rostro aniñado y con ligeras pecas estaba completamente al descubierto, pues le habían recogido todo el cabello de delante con una brillante diadema. A pesar de sus rasgos infantiles, debía tener unos dieciséis años. Se plantó frente a Koren y le extendió una mano. Este la cogió con suma delicadeza, como si temiera romperla, y la besó.
Gabrielle lanzó un respingo al comprenderlo todo. Koren podía entrar ya en el ejército, y luchar contra los rebeldes. Y aquella tal Belinya debía ser su prometida. Su prometida... Claro, todos los chicos de esa misma edad y clase social tenían una bella dama con la que desposarse desde muy jóvenes.
De repente, Koren la miró. Algo en su pecho se agitó, y Gabrielle no supo con seguridad si se debía a los recuerdos que había ido recuperando de golpe o a los ojos del chico. Apartó la cabeza y quiso levantarse, pero notó que las piernas le fallaban. Súbitamente, una mano le aferró el brazo y la levantó del suelo con suavidad y simpatía.
Debería mirar por dónde va, señorita.
Gabrielle se volvió hacia la voz, sobresaltada. Se trataba de un hombre viejo, de grisáceos rizos por encima de los hombros, una capa del mismo color y un sombrero de paja. A la joven no le hizo falta pensar mucho para recordarle.
¡Usted es el que me dio la daga! —exclamó, sin poder evitarlo. Luego se arrepintió, pues una punzada de dolor atacó su sien.
El hombre siseó y colocó uno de sus huesudos dedos en sus labios. Sonrió y alzó un poco la cabeza. Era igual de alto que Gabrielle, pero siempre iba con la mirada puesta en el suelo, aunque estaba completamente ciego.
Siento que todavía la conservas —dijo el mendigo, para sorpresa de la joven—. Me alegro de que así sea. Cuidala bien, pues es algo muy importante.
Gabrielle repitió la primera palabra en su mente. Siento, siento, siento... Nada de veo, si no siento. Vale, estaba ciego, ¿pero cómo podía sentir la daga? No se atrevió a preguntárselo, ya que él se bajó la solapa de su sombrero de paja, dio media vuelta y se fue.
¡Un aplauso para el joven guerrero Koren Ladavatt!
La gente obedeció con energía, y el dolor en el pecho de Gabrielle aumentó. Frustrada, se apartó el mechón de pelo que le caía sobre los ojos y se alejó de la plaza, sabiendo que los ojos verdes de alguien estaban pegados a su nuca.



*  *  *

Anotación de la autora:
¿Me lo parece a mí o los últimos diálogos están más pequeños? Nunca me había pasado, pero sé que a otros bloggeros sí ._. ¿Alguien sabe a qué se debe y cómo solucionarlo? (Antes de que me lo sugiráis: sí, he mirado que toda la letra esté en el mismo tamaño).

jueves, 13 de septiembre de 2012

Primer premio del concurso 50&5000 [RELATOS]

¡Buenos días! ¡Buenas tardes! ¡Buenas noches!

Aquí está Ana para anunciar quién es el ganador o ganadora del primer premio del concurso 50&5000. La verdad es que estoy muy contenta con los relatos recibidos porque me ha gustado mucho el esfuerzo que habéis empleado. Y AQUÍ VA EL ESPERADO GANADOR SUPREMO:


EL PRIMER PREMIO ES PARA...
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*MÚSICA DE SUSPENSE*
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*MÁS MÚSICA DE SUSPENSE*
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*TAMBORES*
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¡¡¡MAKEUP YOUR MIND!!!


¡¡Enhorabuena!!
¿Que por qué te he entregado el primer premio, Makeup? PORQUE HE LLORADO COMO UN GRIFO ABIERTO. CACHO LAGRIMONES QUE ME CAÍAN. Una maravillosa historia de amor prohibido. Un fantástico protagonista. Un emotivo final. A mi gusto, lo tiene todo. Me ha encantado cada frase que leía, y la conexión que Makeup ha establecido entre la Tierra, Anielle, el cielo y el infierno ha sido un puntazo. Te metes tanto en la piel del protagonista que sientes exactamente lo mismo que él (al menos eso me ha pasado a mí). Y vuelvo a decir: ¡¡¡UN FINAL PRECIOSO!!! Oh, por dios, es MARAVILLOSO. Aquí lo dejo:




EL ÁNGEL CAÍDO



Las calles de París aparecían mojadas, aquella mañana. Los adoquines cubiertos de una ligera capa de barro y arenisca, que se desplazaban movidos por el agua. Las gotitas de lluvia con su perfecta forma de lágrima repiqueteaban contra el suelo de piedras grises, produciendo un soniquete constante y repetitivo, aunque a mucha gente parecía agradarle, a mí en particular me resultaba de lo más monótono. Además había tenido que ir a llevarle aquel trabajo a mi profesora de literatura, Lourdes, dado que hasta el último momento no había podido terminarlo, y me fastidiaba tener que guardarlo dentro de mi abrigo para que este no acabara empapado.
Miré el reloj de pulsera que llevaba en la muñeca, para comprobar que todavía me sobraba tiempo. Suspiré aliviada. Aún podía parar a tomar un café. Me relamí, pensando en aquel espumeante líquido que me calentaría la tripa. Sí, definitivamente, pararía a tomar un café. Después de todo, Lourdes había esperado ya bastante, podría esperar un poco más, ¿no?
Miré en derredor, intentando localizar algún bar o cafetería próxima a mí. En París abundaban, por lo que no sería muy difícil de encontrar.
Entrecerré los ojos, observando los carteles de aquella callejuela. La tarea resultaba un tanto complicada, dado que llevaba las gafas metidas en el bolso y de lejos no veía un pimiento. ¡Ajá! ¡Te encontré! Una sonrisilla se dibujó en las comisuras de mis labios.
Tony’s. Citaba con letras marrones en un cartelito que colgaba delante de local.
Aparté la puerta con delicadeza y escuché el tintineo de una campanita, como en las tiendas de antigüedades. Me gustó aquel sonido.
Cerré el paraguas negro, que llevaba conmigo, y entré con paso firme, mientras me apartaba un mechón mojado de la cara.
La camarera, una mujer regordeta, de cabellos grisáceos, me sonrió y me invitó con un ademán a sentarme en la mesa de mi izquierda.
Le devolví la sonrisa y me recosté contra el mullido respaldo de mi asiento.
Suspiré al sentir el reconfortante aroma del chocolate caliente y el café en el aire.
Me abrí el abrigo con lentitud, para que no se me cayera el trabajo que había enganchado al forro de éste con clips – algo poco convencional, pero efectivo-.
- ¿Desea tomar algo? – preguntó aquella misma camarera, con una voz dulce como la melaza.
- Un capuchino, por favor. – respondí, mientras colocaba el trabajo sobre la mesa.
Sentía las manos heladas, como dos témpanos de hielo, y tuve que frotarlas entre sí, para desentumecerlas.
- ¿Hace frío afuera? - pareció curiosa, dado que seguramente con la temperatura tan reconfortante de dentro no se había percatado de la gélida brisa matutina.
- Un poco. – asentí y le devolví la sonrisa cuando esta se marchó.
Me mordí una uña con gesto ausente, mientras contemplaba el lugar con ojos curiosos. Resultaba bastante acogedor y además me quedaba cerca de ‘L’arc de triumph’, por el que – como la mayoría de los franceses - tenía que pasar a diario.
De pronto mi vista se posó en el envoltorio que cubría mi trabajo. Sentí un hormigueo en la boca del estómago. ¿Lo habría corregido bien? ¿Le agradaría a Lourdes? Sabía que era una profesora con un criterio bastante elevado, así que no sabía si podría entusiasmarla mi manera de escribir.
Cerré los ojos un momento, intentando aclararme las ideas. Sacudí la cabeza repetidas veces y volví a abrirlos.
Bah, eran nervios absurdos. Lo que estaba hecho estaba hecho y no había marcha atrás.
Sin embargo, aquel hormigueo persistía y comencé a inquietarme. Mis dedos repiqueteaban contra la mesa en un gesto propio del nerviosismo.
- ¿Te ocurre algo? – escuché como una tímida voz me preguntaba.
- ¿Eh? – redirigí mi vista hacia la chica que me había hablado.
Era una muchacha joven, de mi edad seguramente, aunque puede que un poco menos, debido a lo bajita que era. Tenía una sonrisa cordial en sus rosáceos labios y los ojos de un agradable color verde, en el que se atinaba a ver un pequeño círculo de color dorado cerca de la pupila. Todo en ella parecía ser gentil y amigable, como una niña pequeña e inocente a la que por impulso protegerías. Sin embargo Gabrielle no estaba tan indefensa como parecía.
Por experiencia sabía que si se lo proponía podía tumbar a hombres que la doblaban en estatura de un simple empujón y que sabía manejar una pequeña daga, como si fuera una extensión de su propio brazo. Aquello era – como poco - curiosamente llamativo. Pero, de alguna forma, en Gabrielle cualquier cosa que indicara violencia parecería extraña.
- ¿Qué haces tú por aquí? – abrí los ojos como platos, cogida por sorpresa.
La chica sonrió más extensamente y se sentó junto a mí, ocupando el lugar que había en frente mía.
- Siempre vengo a Tony’s. – se encogió de hombros, restándole importancia - ¿Y tú? ¿No deberías estar con Lourdes? – levantó una ceja con acritud.
- Aún es temprano. – hice un gesto con la mano, incitándole a cambiar de tema, pero no me hizo ningún caso.
- ¡¿Entonces tienes aquí el trabajo?! – pegó un bote en su asiento, eufórica.
Solté un bufido y lo saqué de su bolsa de plástico, en la lo había mantenido hasta entonces.
Gabrielle empezó a dar palmaditas, entusiasmada. Cosa extraña. Por muy pequeña y “mona” que aparentara ser, no era tan infantil. Solté una risita.
Su entusiasmo se debía a que llevaba semanas dándole la tabarra con lo importante que era ese trabajo para mí.
- Bueno, no sé si te gustará… - empecé a decir, mientras la observaba, con aspereza, aunque antes de poder terminar la frase ella me lo había arrancado de las manos.
- Oh, me encantan las historias de ángeles. – farfulló, apartando la primera página, en la que podía leerse el título en letras negras.
Finalmente, al ver como sus ojos comenzaban a devorar el contenido, me rendí.
- ¿Te importaría que lo leyéramos juntas? – sus ojos se levantaron rápidamente del trabajo, con inquietud – Quiero repasarlo una vez más. – me acerqué a ella.
- Como quieras. Pero no me cortes el rollo mientras leo. – me apuntó con su delgado dedo índice.
Hice una cruz sobre mi pecho, consiguiendo que soltara una risilla.
Me acercó el texto para que pudiéramos verlo las dos de forma cómoda.
Suspiré y comencé a leer:

Dicen que hace mucho, muchísimo tiempo, cayó un ángel del cielo. Dicen que sus plumas se incendiaron, ardiendo en mil lenguas de fuego, con el olor salubre de quien ha perdido su alma. Dicen que se la vendió al mismo Diablo, que desafió al mismísimo Dios y que este lo condenó al descenso. Dicen que se le arrebató su inmortalidad. Dicen, que fue por el amor de una mujer.
Lo que las historias nunca dicen es el nombre de aquella mujer, ni el por qué un ángel podría haber desafiado a los cielos por ella, ni siquiera, entre los susurros que cuentan a veces su historia, se oye el nombre del ángel, dado que la gente, temerosa, lo rehúye.
Pero esta historia, mi propia historia, no tratará sobre lo que la gente dice, sino de lo que sucedió el día en que Miguel posó los ojos sobre Anya, y sobre lo que se desencadenó después…

`` El Cielo es un lugar sagrado Miguel, reservado para los puros. Y tú ya no lo eres. ´´

Desde las alturas, los ojos del ángel observaban todo con indiferencia. Lo cierto era que poco podía haber en el mundo de los mortales que captara su atención. Mirara dónde mirase, había destrucción, caos y desigualdad. Llevaba siglos observando aquel planeta agonizante, no obstante, el tiempo no pasaba igual para él que para el resto de la humanidad.
Miguel podía dormir durante un milenio o podía permanecer despierto durante décadas, sin cansarse jamás.
Sin embargo aquella mañana algo cambió. Él lo notó. Había un sabor extraño en el ambiente, un regusto dulzón, como la ambrosía, que jamás había notado. Incluso el aire, que hacía ondear levemente sus delicadas plumas, parecía aquel día cargado de una estática extraña. Estaba pasando algo extraño. Como si el universo se estuviera preparando para lo que sucedería.
Los ojos de Miguel, de aquel color demasiado azul, como el fondo de un océano, llenos de luz, como pequeñas constelaciones, siguieron observando Anielle detenidamente, en busca de algo. No supo bien el qué, hasta que la vio. Pero la estaba buscando.
Caminaba descalza por las calles de una ciudadela llamada Rihem, observando todo con anhelo. Sus cabellos castaños revoloteaban por su rostro, movidos por el viento, como si la estuvieran acariciando. Tenía la ligereza de una pluma y la mirada de un pajarillo. Los ojos, grandes y curiosos, de un precioso color miel, que hacía parecer los del resto de la gente burdos y carentes de vida. Era diminuta y parecía tan delicada como la primera hoja en caer con la llegada del otoño. Pero sin duda, Miguel vio algo más en ella que sus sutiles movimientos, su mirada angelical o su tímida sonrisa. Él pudo ver dentro de ella y lo que vio lo encandiló. No había maldad dentro de aquella muchacha, no había avaricia ni había prejuicios. Era dulce como un terrón de azúcar e inteligente como un lince. Tenía que serlo, puesto que vivir en las calles de Rihem era una misión de vida o muerte si no precisabas de dinero. A pesar de que aquella muchacha parecía no tener la suerte precisamente de su parte, el ángel pudo oír como todas las noches rezaba, rogándole al Señor que cuidara del hombre que la había ayudado a conseguir un mendrugo de pan aquel día, de aquella mujer que le había sonreído al tropezar con ella en la calle, de la pareja a la que había estado contemplando por la mañana y que parecía que iban a traer un niño al mundo. Pedía por los demás y agradecía poder vivir y alimentarse gracias a la generosidad de la gente, un día más.
Día tras día él la contemplaba. Cada vez con mayor detenimiento, con mayor deseo; como si fuera un ciego que había visto por primera vez la luz del Sol.
Al poco tiempo descubrió su nombre. Arya. Saberlo para él fue casi tan magnífico, como la sensación que había experimentado el día en que la descubrió.
Así pasaron los años y aquella muchacha se convirtió en una mujer. Una mujer muy hermosa, que le habría quitado el aliento a cualquier mortal. Una mujer cuyos movimientos incitaban a los hombres a pecar de pensamiento. Y aquello casi enloquecía a Miguel. Pues sabía que tarde o temprano, Arya posaría los ojos en alguien y dejaría de ser suya, dejaría de pertenecerle, aunque solo fuera en sus pensamientos. Si intentaba imaginarla yaciendo con otro, teniendo hijos con otro, viviendo con otro... no podía soportarlo.
Pero Arya seguía su vida con total naturalidad, nunca prestaba atención a aquellos hombres que la perseguían con sus miradas, nunca mostró interés por ninguno, simplemente les sonreía si alguno la quería ayudar o les daba charla si ellos intentaban hablarle.
Hasta que un día, algo pasó en el camino de Arya. Un hombre – seguramente del ejército del gobernador de aquella zona, a juzgar por su armadura – demasiado borracho, atrapó a la muchacha y abusó de ella con brutalidad.
Miguel sintió tanta furia dentro de él, tanto dolor incontenible, que estuvo a punto de saltar desde los cielos y rebanar la cabeza de aquel tipo con su espada de fuego celestial.
Pero no podía hacerlo, aquello estaba prohibido y si el Señor se enteraba, lo expulsaría del Edén, y aquello ni siquiera podría soportarlo por Arya. Porque cuando ella envejeciera y finalmente muriera, iría allí y quizá entonces, pudieran estar juntos – al menos él albergaba aquella esperanza -, no obstante, si él abandonaba el Paraíso, sería condenado a la mortalidad, quizá incluso al Infierno, junto al Diablo, y entonces, ¿qué sería de él? No, ni siquiera podía renunciar a sus alas por Arya.
Así que siguió mirándola, como hasta entonces, aunque supo que algo dentro de él no se conformaría con mirar eternamente.
Arya vagó, llorando, humillada, por las calles de Rihem, mientras la lluvia le empapaba el cuerpo desnudo y los harapos que habían sido antes su ropa.
Vagó toda la noche, como un alma en pena, hasta encontrar una iglesia. Y allí se puso a rezar.
Miguel dudó por un instante. Esperaba que algo hubiera cambiado en Arya, que su sufrimiento se hubiera transformado en cólera, que en sus plegarias pidiera justicia contra aquel soldado. Por ese mismo motivo se sorprendió al oír su oración.
La joven pedía clemencia, clemencia por aquel hombre que la había violado. Pedía que el Todopoderoso lo perdonara por sus actos, dado que en su aliento había notado el olor del licor y sabía que si hubiera estado sobrio no habría actuado de aquel modo.
El ángel estaba al corriente de que ese hombre lo habría hecho de todos modos, que era un inmoral, que su alma estaba podrida.
Pero Arya aún así pidió perdón. Pidió perdón por haber sido tomada por un desconocido, pidió perdón porque ya no estaba inmaculada.
Por último dedicó como siempre algún pensamiento hacia la gente buena que la rodeaba y dio gracias por seguir con vida. ¡Dio gracias!
El ángel abrió desmesuradamente sus ojos y se dejó caer de rodillas allí donde estaba. Jamás hubiera imaginado hasta que punto Arya podría ser bondadosa.
Y, por primera vez, a lo largo de toda su existencia, Miguel lloró. Lloró por aquella chica que aún en las peores situaciones seguía adelante, lloró por lo que aquel ser brutal le había arrebatado y lloró por no poder estar junto a ella para consolarla.
Sus lágrimas se transformaron en perfectas gotas de lluvia y su dolor cubrió los cielos de negro.
Arya desde el mundo de los mortales pudo sentir la tristeza de Miguel, pudo por un instante, saber que alguien había escuchado su plegaria. Y sonrió, complacida.
A partir de entonces los días comenzaron a parecerle eternos a Miguel, que se debatía en una ardua batalla en su interior, en la que se mezclaban la necesidad de estar con Arya, junto con la razón que le decía que esperara, que pronto podrían estarlo. Su anhelo, por desgracia, iba creciendo, ganándole terreno a la cordura. Veía el tiempo pasar, y se daba cuenta de que pronto Arya dejaría de ser joven y bella, y él habría perdido su oportunidad de conquistarla.
Hasta que un día no pudo más. Su cabeza al fin se serenó y con una determinación de acero decidió que había llegado la hora, que debía partir al mundo de los vivos, para reunirse con ella. Porque, ¿para qué quería la eternidad si no podía disfrutar de una vida a su lado?
Colocó su espada entre sus hombros, envuelta en la única vaina que podía retener su poder y moviendo sus alas con ligereza comenzó el descenso.
Se sintió como si durante un instante, chocara contra un cristal, una sensación de frío que lo envolvió y que finalmente cedió contra su peso, fragmentándose en mil y un pedacitos diminutos. Su cuerpo se encontró entonces sobre la superficie de tierra de una calle. Al principio se sintió desorientado, pero luego la reconoció, debido a la cantidad de veces que había visto pasar a Arya por ella. Si seguía caminando hacia delante, encontraría el lugar donde Arya se ocultaba del resto del mundo.
Suspiró y replegó sus alas. Por suerte no había nadie allí que le hubiera observado. No obstante, Miguel sintió un extraño escozor en la nuca, como si alguien lo estuviera taladrando con la mirada, acusadoramente. Seguramente fuera la culpa lo que lo estaba carcomiendo. Lo que no podía imaginar era que dos seres lo estaban contemplando realmente. Ambos tan opuestos como el día de la noche, como el bien del mal. Un ángel caído y el Señor, desde el propio Paraíso.
Cuando por fin llegó hasta el escondrijo donde vivía Arya, tenía los pies cansados y había empezado a llover copiosamente, empapándole aquellos cabellos del color del oro o del cabello de ángel, propiamente dicho. Tocó con dedos temblorosos la puerta de madera que lo separaba de ella.
Escuchó con atención como resonaban los pasos de la muchacha, la cual estaba sorprendida de recibir visita alguna. El corazón en el pecho de Miguel redoblaba, enloquecido, mientras la puerta chirriaba y se abría lentamente. Allí, ante él, se encontraba Arya.
La joven podría haberse asustado, dado que Miguel parecía perturbado ante su deslumbrante belleza. Podría haberle mirado curiosa o incluso furiosa, dado que había interrumpido en su hogar a altas horas de la noche. Pero si hubiera reaccionado así, ésta sería otra historia.
Arya únicamente lo miró, deleitándose al observar aquellos dos pozos azules que tenía el ángel por ojos. Sonrió, feliz, como hasta entonces nunca lo había sido. Había creído ser afortunada hasta entonces, pero al contemplarle, supo que había estado sufriendo, sufriendo como una condenada, por no conocerle, no poder tener a Miguel a su lado. << ¿Quieres pasar? >> murmuró, cogiéndole de la mano, indicándole a aquel extraño que entrara con ella. Él asintió y se dejó transportar junto a Arya, al interior de aquel hogar. Sencillo, con una única estancia, con una cama en su centro y una pequeña cocina en una esquina… o lo que podría ser una cocina. No le importó. Estaba con Arya.
Pasaron la noche juntos, entre caricias y besos que Arya no le había dado nunca a nadie hasta entonces, entre palabras preciosas y sentimientos encontrados. Entre las sábanas de aquella cama, como si no hubiera un mañana que pudiera inquietarlos.
Sus cuerpos encajados como si hubieran sido creados para aquello, conociéndose repentinamente el uno al otro, y a la vez como si se conocieran de toda una vida. Inseparables.
Y así pasaron muchas más noches, una tras otra, Arya y Miguel se exploraban el uno al otro, amándose como ningún mortal había podido amar hasta entonces. Dos almas iguales y a la vez completamente distintas, como el hielo y el fuego. La esencia inmortal del ángel y la frágil belleza de la humana.
Pasaron los años y Arya comenzó a envejecer. Sus cabellos mostraban franjas de color gris perlado, se formaban arruguitas alrededor de sus ojos, sus curvas perdieron firmeza y los achaques propios de la edad comenzaron. No obstante Miguel seguía igual. Siempre con su deslumbrante perfección, sus ojos perturbadores y su eterna juventud.
Arya se daba cuenta de que el ángel nunca moriría y ella sí, y aquello la entristecía, pues confiaba en que se verían en el “otro lado”, pero no soportaba ver como Miguel debía ayudarla a levantarse si tropezaba, debía soportar la miradas curiosas de la gente cuando la besaba en público, cómo ya las noches no eran tan largas como antes, cómo ella se quedaba dormida siempre antes que él. Debía soportar la vida de una mujer que no podía hacerle feliz. Y así, día tras día, Arya se daba cuenta de que aquello no podía seguir así. Porque por aquel entonces podría tener unos cincuenta años, como mucho, pero ¿qué pasaría cuando tuviera sesenta? ¿Y ochenta? No quería hacerle pasar a Miguel por aquello. Lo amaba demasiado para ello. Él era su razón de ser y si él no era feliz, ella tampoco podía serlo.
Una noche, a principio de verano, sucedió algo. Su propio Dios se le presentó en un sueño. Éste le dijo a Arya que debía morir ya, que su tiempo se había acabado y su vida llegaba a su fin. Que el alma que la componía debía viajar, al más allá y abandonar la mortalidad.
<< ¿Y qué pasará con Miguel? >> preguntó Arya, con lágrimas en los ojos, aunque con una fría determinación.
<< Miguel debe volver al Edén, debe proteger el mundo de los puros con su espada, debe librar la batalla contra el mal. Le necesito. >> respondió el Señor con una voz que no era una voz exactamente, sino como el sonido de una inmensa cascada.
<< ¿Cómo he de hacerlo? ¿Cómo abandonar el mundo de los vivos y… a Miguel? >> preguntó ella.
<< Debo advertírtelo, no podrás ir al cielo ni al infierno. Quien comparte la vida de un ángel posee parte de su inmortalidad y al combinarse con la propia inmortalidad de tu alma, te sumirá en el limbo, sin estar jamás del todo viva ni del todo muerta. >> Puede que Arya se lo imaginara, pero percibió cierta tristeza en la voz de Dios.
Se lo planteó un instante y asintió. Había sido tan feliz durante aquel tiempo que había sido como una eternidad para ella, que no podía imaginar nada comparable a aquello, ni siquiera el propio cielo sería suficiente para compararse con la sola presencia de Miguel a su lado cada noche. Lo entendía. La gente sufría mucho en aquel mundo y por ello debía disfrutar del descanso eterno; pero ella había sido más feliz que cualquier otra persona, absolutamente feliz. Por eso ahora llegaba su tiempo de transición o de penuria - aunque no creía que fuera a dolerle -. Su “limbo”.
La mano del Señor descendió hasta ella y su dedo índice le rozó la frente. Todo desapareció a su alrededor y sintió como la vida se escapaba entre sus dedos.
Miguel despertó sobresaltado, sudado, en su cama. Había sentido algo en su pecho, una sensación familiar, como cuando se encontraba en presencia de Él.
Abrazó a Arya, que se encontraba a su lado, laxa, sobre las sábanas. Entonces se dio cuenta. Estaba fría, vacía. Ya no “brillaba” como siempre.
Aterrado la atrajo hacia sí y la observó. Estaba pálida e inmóvil. Estaba muerta. Lo sabía. Gritó, aterrado, ante la idea. Luego lloró, lloró sobre el cadáver de su amada Arya. Lloró hasta que ya no pudo hacerlo más, hasta que las lágrimas se resistieron a salir de sus ojos. Besó a la hermosa Arya, que ya no estaba allí. Un suave roce de sus labios. Estaban fríos, como todo en ella. Su corazón se rompió en su pecho, estallando, como el cristal hecho añicos. No podía creerlo. No quería creerlo.
- Arya, Arya, Arya… - susurró acunándola en su regazo – Arya, Arya, Arya
Pasó tres días con el cuerpo de la mujer en brazos, sin querer separarse de ella, por si regresaba, por si se obraba un milagro. Pero nada sucedió.
Alzó la vista lentamente, decidido a volver al cielo y encontrarla. Tan bella como siempre. Entonces lo vio. Nadie más lo habría visto, pero claro, él era un ángel. Una pequeña marca, en forma de estrella, justo sobre la frente. La marca.
Sintió como se retorcía algo dentro de él, supurando de dolor. Él lo había traicionado, la había matado. Lo odió. Sabía que estaba mal, que nadie podía odiar al Todopoderoso, pero él lo hizo. Y su alma se tornó oscura. Un mero reflejo de lo hermosa que había sido unos instantes antes.
Un brillo acerado iluminó sus ojos. No. No era a Dios a quien debía ir a ver. Sino al mismo Diablo.
Miguel descendió, a través de la lava de un volcán. Era inmortal, por lo que esto no lo mató, aunque sintió el dolor de su piel al ser calcinada. No gritó. Aquel era el precio a pagar por entrar en el Inframundo. Aquel dolor le sabía a poco en comparación con la negrura que sentía dentro de sí, al haber perdido a Arya.
Como esperaba el ángel caído lo recibió, lo estaba esperando. En otra ocasión habría procurado no mirarle, pero no tenía nada que perder – ya le había arrebatado todo cuanto había querido -, por lo que clavó sus azules ojos en los dos pozos negros que tenía por ojos el Diablo, sin vacilar.
- Sé lo que quieres. – siseó el Señor del Mal – y yo te lo puedo dar. – sus ojos se clavaron el cuerpo sin vida de Arya – Pero, ¿vale la pena? Es un precio muy caro por una simple criatura.
Miguel sabía que aquel ser estaba jugando con él, que conocía la respuesta y que solo intentaba divertirse.
- Sí, lo que sea, a cambio de la vida de Arya. Quiero que vuelva a la vida. – casi gruñó al hablar.
- Tú alma. – contestó el Diablo, tajante, sin titubear sobre el precio a cobrar.
Miguel dudó un breve instante, pero que a él se le antojó eterno.
- Acepto. – susurró y por fin desvió la vista de aquel ser. Apenado.
Sintió como si le hubieran quitado el aire de los pulmones, como si le hubieran arrancado el corazón de su pecho, se retorció de dolor. Era más de lo que podía soportar. Pero finalmente cesó. Entonces no sintió nada, fue como si todo le diera igual, como si se hubiera vuelto de piedra.
- Ya está. Tu alma por la vida de la chica. – una sonrisa se dibujó en el feo rostro de ese demonio. Chasqueó los dedos y Miguel y Arya desaparecieron.
- Iluso. – comenzó a reír, cuando se supo vencedor – Yo siempre gano.
Miguel y Arya regresaron a aquella habitación, ese cuarto donde habían vivido tanto tiempo.
Entonces él sintió que Arya se removía en sus brazos.
Bajó la vista, sin sentir nada, absolutamente, nada, lo mismo le hubiera dado que Arya siguiera muerta.
Sin embargo la joven lo miraba desde abajo, con los ojos muy abiertos. Entonces si sintió algo, un reflejo de alegría.
- Arya. –murmuró y la mujer lo siguió mirando con aquellos inmensos ojos, que parecían aterrados.
Miguel se sintió desfallecer y cayó al suelo, destrozado y a la vez impasible, dado que toda emoción moría dentro de él. El diablo lo había engañado. Arya seguía viva. Escuchaba su respiración, los latidos de su corazón, pero ya no era la misma. Se mantenía estática, con aquella horrible expresión de pánico en el rostro. ¿Había renunciado a su alma, su único bien, para aquello? ¿Para tener a Arya atrapada en un cuerpo inmóvil, marchito, mustio?
Sacó su espada, de la vaina, por primera vez, desde que había llegado a aquel mundo. Dos lágrimas rodaron por su rostro y entonces dejó caer la espada sobre Arya, acabando con su sufrimiento de un golpe. La cara de ésta se relajó al fin y cerró lo ojos, mientras un hilillo de sangre descendía por sus labios. Miguel los besó, por última vez y se apresuró a salir de allí.
Corrió por las calles de Rihem durante un tiempo, sin poder sentir más que vacío en su interior. Y debajo de aquello una infinita tristeza, que no podía hallar, que no podía sentir, dado que ya no tenía alma. Desplegó sus alas - le dio igual la multitud que lo señaló – y emprendió vuelo.
Llegar al Paraíso le fue más difícil que salir de él. Casi una tarea imposible, pero lo logró.
Agitó las puertas que siempre estaban abiertas, intentando comprender por qué se le habían cerrado.
Entonces apareció él. Tan grandioso como siempre. Normalmente Miguel se habría sentido empequeñecer en su presencia, le hubiera embargado la alegría, pero aquel no fue el caso. Pudo sentir vergüenza. Al fin pudo sentir algo, como si parte de su alma se hallara todavía consigo.
Cayó de rodillas frente a su Dios y se encogió, temeroso de su ira.
Pero el Señor no era vengativo, no sentía como los humanos, no podía sufrir la ira.
- El Cielo es un lugar sagrado Miguel, reservado para los puros. Y tú ya no lo eres.
Tras aquella frase, Miguel supo que acababa de ser condenado.
Sintió el frío aire que le atravesó y empujó, fuera de aquel lugar. Cayó y cayó. Sintió como se incendiaba y finalmente se consumió. Suspiró al dejar de pertenecer a aquel cuerpo que ya no tenía razón de ser y se sumergió en la nada.
Era una nada infinita y negra. Y de pronto, luz, una diminuta luz, al final de aquel túnel. Se acercó indeciso.
La luz le envolvió y le devolvió su cuerpo. Fue extraño porque no era una cuerpo material era… su alma. Su Dios se la había devuelto. Allí había otra alma. Un alma nítida, brillante y hermosa. Como lo había sido su cuerpo. Arya.
Estaban el Limbo, un lugar intermedio entre la vida y la muerte, un lugar reservado a los impuros y las almas en transición. Pero no les importó. Juntos, eran felices.

Gabrielle se sorbió la nariz y secó las lágrimas apresuradamente, mientras me devolvía el trabajo.
- Eres una mala persona, ¿lo sabías? – farfulló.
- ¿Por qué? – la miré sorprendida, no esperaba aquella reacción - ¿No te ha gustado?
La muchacha me fulminó con su mirada verde.
- ¿¡Qué no me ha gustado!? ¡Anda, corre y ve a dárselo ahora mismo a la profesora Lourdes! – me empujó para que me levantara.
- Pero… - me resistí.
- Me ha encantado. – dijo, sonriendo, a pesar de las lágrimas – Y Lourdes tiene derecho a disfrutar de tu historia ahora mismo, así que rapidito.
Sonreí y la abracé emocionada, ante sus palabras.
- Gracias. – le susurré en el oído muy bajito.
Cogí mi abrigo y el trabajo y salí corriendo del local.
Todavía llegué a oír a la camarera preguntando: ¿Y el café?
- Ya se lo tomará después… – le contestó Gabrielle.
Rompí a reír, mientras corría bajo la lluvia, en dirección al apartamento de Lourdes.
Tenía un buen presentimiento.


* * *

Su blog es  http://lallamadadelfuegomym.blogspot.com.es/ el cual leía en tuenti antes de que decidiera subirlo a un blog. Creo que aún no hay ningún comentario mío en el blog, pero me pasaré a dejarlo AUNQUE SEA REPETIDO (porque antes en tuenti también le comentaba). Es una historia que RECOMIENDO por su acción, sus personajes (Simon<3) y su misterio. Tiene su punto moderno que atrae aún más. ASÍ QUE YA TARDÁIS EN ENTRAR. Aquí os dejo la sinopsis:

"Hay ocasiones, en que la realidad queda distante, lejana y tenemos la extraña sensación de estar en un lugar erróneo... y de pronto lo sientes, esa extraña llamada, que tira de ti y te dice que despiertes, que abras los ojos de una vez. Entonces todo cambia. Dana, una adolescente, algo introvertida, aunque con un fuerte temperamento, descubrirá un misterio que entraña en su propio interior y que le hará sentir, lo que es el verdadero FUEGO y lo fuerte que puede ser un sentimiento como el AMOR."


TUENTI: Open Your Heart





RECUERDO A MAKEUP QUE, COMO PREMIO, PUEDE ESCRIBIR UN CAPÍTULO APARTE DE MI HISTORIA SOBRE LO QUE QUIERA (puedes coger a los personajes que desees y hacer lo que te plazca, y dicho capítulo se publicará en este blog PERO no cambiará la historia, aunque depende de cómo sea...). TAMBIÉN PUEDE MANDARME EN PRIVADO EN TUENTI UNA PREGUNTA SOBRE LA HISTORIA (yo responderé sin tapujos sea lo que sea, pero Makeup no debe compartir con nadie esa información). TAMBIÉN PODRÁ ELEGIR UNA ESCENA PARA QUE OCURRA EN ESTE LIBRO O EL SIGUIENTE. Hablaremos de ello por tuenti.
Si quieres renunciar a algún premio, comunícamelo por privado en tuenti. 

Segundo premio del concurso 50&5000 [RELATOS]

¡Buenos días! ¡Buenas tardes! ¡Buenas noches!

Aquí está Ana para anunciar quién es el ganador o ganadora del segundo premio del concurso 50&5000. La verdad es que estoy muy contenta con los relatos recibidos porque me ha gustado mucho el esfuerzo que habéis empleado. Quería daros a todos el primer premio, pero no puede ser, así que allá va.


EL SEGUNDO PREMIO ES PARA...
.
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.
*MÚSICA DE SUSPENSE*
.
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.
¡¡¡GABRIELA TORRES PERNAS!!!


¡¡Enhorabuena!!
Ha utilizado casi todos los personajes, creando una historia completamente distinta ambientada en Nueva York. Me ha encantado cómo ha jugado con las relaciones de los personajes y el toque pornosillo (cómo no, tratándose de Gaby) del final. Ya se lo dije a ella, pero lo vuelvo a repetir para todos: SE HA AUTOSPOILEADO INCONSCIENTEMENTE. En su relato está escondido un mini-spoiler que nunca comenté con nadie, y ella zaska, lo adivina sin saberlo (y por mucho que se esfuerza, no consigue encontrarlo tampoco). Está GENIAL. Aquí lo dejo:



No des nada por supuesto





Calle Bross Hathway, New York.
Cinco de la mañana.
Los papeles que reparten durante el día los jóvenes universitarios sin trabajo vuelan por las aceras opacas, llenas de sombras creadas por la mezcla de la infinita oscuridad nocturna y la luz de las pocas farolas que no se han fundido aún.
Se oye un forcejeo entre dos personas o más, seguido de un disparo que da en el blanco.
La carretera se tiñe de escarlata.
Coged los diamantes y nos largamos—ordenó una voz dura y femenina, guardando la pistola dentro de su gabardina sin expresión en el rostro.
La muchacha pelirroja se agachó palpando el cuerpo del muerto para encontrar la recompensa y una sonrisa de satisfacción se extendió por su rostro cuando llegó a las joyas.
Antes de levantarse, observó al hombre tirado sobre el charco de sangre y le apartó un mechón de pelo de los ojos.
Vaya...es una pena, ¡era guapo!—suspiró haciendo un puchero.
Deja tus fantasías para otro momento, ¿quieres Elybel?—gruñó Melissa quitándole el saquito de las manos.
Claro, alteza—bufó la elfa, colocándose bien el gorro de lana violeta para que no pudieran descubrir sus orejas puntiagudas.
Desde que habían acabado con el jefe de la mafia neoyorquina, Gouverón, todos habían conseguido un ascenso en la agencia de cazarecompensas y una buena cifra de dinero, pero hacía dos semanas que su jefa, Syna, había anunciado que se iba a retirar del negocio dejando a Melissa al cargo. Bueno, no era de extrañar, con lo que le había costado reclutarla querría tenerla bien metida en el trabajo. Así que la nueva jefaza de mirada azul estaba probando sus dotes de mando.
Será mejor que nos apuremos, creo que pronto tendremos compañía—dijo Crad echando un vistazo a sus espaldas. Tenía un brazo pasado por los hombros de Melissa, lo que acentuaba los nervios de punta de la pelirroja—Tengo la sensación de que nos vienen siguiendo...
Tenían que retirar el cadáver, así que Syna lo cargó a sus espaldas sin muchos miramientos y empezó a correr hacia la agencia, pero solo pudo dar unos pocos pasos, pues un tiroteo repentino los cogió por sorpresa.
¡Al suelo!—gritó Crad cogiendo a Melissa, que estaba a unos cinco metros por la cintura y poniéndola detrás de él.
Mientras estaba con la cara pegada al asfalto y saboreando las colillas tiradas y las huellas de coches, Elybel sintió una punzada de dolor al ver como a pesar de tenerla a ella más cerca, había ido directamente a proteger a otra.
Estaba tan enfadada que decidió descargar su rabia contra los atacantes, así que escapó sigilosamente por un lateral, a pesar de las advertencias a gritos de sus compañeros, para enfrentarse con ellos y si no era pedir mucho, cargárselos. Necesitaba desahogarse y algunos entrometidos policías locales le vendrían a pedir de boca.
¡Elybel, vuelve!—gritó Melissa, intentando ir a por ella.
Los autores del tiroteo se dieron cuenta del movimiento que había y dispararon hacia la elfa, obligándola a tirarse detrás de unas cajas de madera, raspándose las rodillas. Reprimió un gemido y sacó una daga de sus medias negras, buscando un buen punto de mira para dar en el blanco.
¡Quieta! ¡Ahora, venga, todos a dentro, YA!—gritó Syna, empujándolos para que se pusieran a salvo y con ellos, su valiosa carga. Miró un instante atrás y quizá fuera la confusión de la noche y la adrenalina, pero Elybel juraría haber visto una sonrisa dirigida hacia los disparadores—¡Vamos, maldita sea, moved el culo!
Otra voz contestó a lo lejos.
¡Los perdemos! ¡Corre!—gritó una voz femenina, saliendo de la nada y apoyándose con la mano en un extremo, saltó tres cajas y le cayó encima a la pelirroja, sorprendiéndose tanto ella como a la otra—¿Qué narices...? ¿Tú eres de...? ¡Agh!
Tuvo que callarse porque Elybel no perdió ni un momento y le puso su daga en el cuello, con una sonrisa de victoria. Analizó a su enemiga, asegurándose de taparle la boca con una mano para que no gritara y alertara a los otros que vinieron con ella.
Era una chica de ojos verdes y pelo castaño, recogido en una trenza de lado, como hacía ella, que la miraba con una ceja alzada, como si lo tuviera todo controlado y expresión divertida. Su mirada fue bajando y Elybel la siguió, hasta darse cuenta de que tenía una navaja pegadísima a su abdomen.
Te mataré antes de que...
¿Tú crees?—notó como una pistola le apuntaba en la parte trasera de la cabeza y no tuvo más remedio que levantar las manos, rindiéndose. La recibió un muchacho bastante joven para estar metido en ese mundillo, rubio con unos chispeantes ojos color hierba—¿Estás bien, Gabrielle?
¡Perfecta!—contestó la aludida, levantando un pulgar para certificarlo.
Elybel los asesinó con la mirada.
¿Se puede saber quién coño sois? Por cierto, me temo que no tengo los diamantes—siseó alzando ambas cejas. Eran bastante jóvenes, más que ella, o eso parecían, les echaba unos dieciséis años.
La chica llamada Gabrielle sonrió guiñándole un ojo con complicidad y se puso a hacer totalmente imprevisible que no venía a cuento para nada: rehacer la trenza deshecha de Elybel. Como si fueran amigas de toda la vida.
¿Qué crees que estás haciendo?—preguntó intentando parecer intimidante, pero estaba demasiado sorprendida para fingir bien.
Venimos a ver a mi madre, va a retirarse y necesita un sustituto—dijo alegremente.
¿¡Tu madre!? Espera—la miró de arriba a abajo—¿Syna? ¿¡Tú eres la sustituta!?
Gabrielle soltó una carcajada y negó, acabando de retocarle la trenza.
Qué va, solo que quería traer a mi chico, podrían secuestrarlo mientras camina por las calles a estas horas—puso un tono muy serio, mirándola fijamente—¿Acaso no has visto lo guapo que es? ¡Me olvidaba! Soy Gabrielle, encantada, y él es Koren.
La cabeza de Elybel daba vueltas y vueltas, intentando encontrarle una explicación razonable a un asunto tan disparatado. No tenía ni idea de que la jefa tuviera una hija, sabía que su pasado era bastante difuso, mas...¿y si era una trampa? Ahora que sabían que ella no tenía los diamantes, querrían entrar en la agencia para robarlos.
Y ahora, nos darás tu clave de acceso para poder entrar—sentenció el chico rubio, agarrándola bruscamente de la muñeca y posando al palma de su mano sobre el identificador de las puertas automáticas.
Al instante la entrada metalizada se partió en dos, abriéndose y dejando paso a una gran sala vacía, sin personal, el almacén donde se guardaban las armas que aún no habían sido probadas. Entraron los tres, Elybel con las manos sobre la cabeza obligada por los otros dos.
Tramó un plan mental en dos minutos. La chica era hábil y rápida, pero no muy fuerte, así que contra ella bastaría un poco de fuerza bruta y tenía de sobra. Sin embargo el otro parecía más peligroso y debería esforzarse más, dejarlo para el final.
Qué silencioso...
Por poco tiempo—gruñó la elfa, echando la cabeza hacia atrás y dándole un cabezazo repentino a Gabrielle que acertó en la nariz y se la torció.
La chica gritó de dolor y se llevó las manos a la zona afectada ahora sangrando, mientras que Koren sacaba dos pistolas de su cinturón y empezaba a perseguirla.
Elybel se arrancó un trozo de su camisa y lo enrolló en su mano derecha para después darle un puñetazo a una de las urnas de cristal que contenían las armas y coger lo primero que encontró: una metralleta.
No pudo evitar sonreír. Corrió y tiró de una patada una estantería llena de trastos inservibles, que hizo un efecto dominó y tiró las cuatro siguientes, creándole un muro de protección mientras preparaba su arma.
Gabrielle no había perdido el tiempo y también avanzaba, cubriéndole las espaldas a Koren, pistola en mano y cara de estar de muy mal humor.
<<¿Dónde están los demás? Deberían habernos oído con todo este barullo...>>
Elybel comenzó a disparar desde su segura posición y ambos chicos cogidos por sorpresa se tiraron al suelo, buscando un lugar donde ponerse a salvo, sin encontrarlo y disparando para intentar retenerla y sobrevivir por el máximo tiempo posible.
La pelirroja se quedó sin munición y Koren aprovechó para actuar con rapidez. Gabrielle le pasó un boomerang que su compañero cogió a la primera, lanzándolo apenas le rozó los dedos contra el techo.
Me temo que tienes muy mala puntería, querido—gritó Elybel, riendo.
Koren sonrió burlonamente.
¿Seguro?
Como respuesta a su pregunta, una gigantesca lámpara de araña que colgaba del techo cayó con la rapidez de un rayo hasta estamparse contra el suelo. Algunos proyectiles llegaron hasta la piel de Elybel, haciéndole cortes leves. Eran heridas sin importancia, pero escocían. Además, habían conseguido tener un escudo temporal contra los disparos.
Soltó una maldición.
El boomerang volvió y Gabrielle lo cogió al vuelo, lanzándolo sin dar tiempo a responder contra otra urna y cogiendo un bazuca.
<<Mierda, mierda, mierda, mierda>>
¡Eh, tú! ¿No éramos tan amigas, cariño? ¡Mejor deja eso donde estaba!
Uhm...¿tú qué crees Koren? ¿Lo dejo donde estaba?—preguntó la chica castaña poniéndolo a punto para disparar, justo contra ella.
Yo creo que no.
¿Has oído? Mi chico cree que no.
El bazuca volaría las estanterías, así que no tenía ningún sitio para esconderse. Solo le quedaba rendirse, por muy repugnante que le pareciera la idea. Siempre podía acabar con ellos más tarde, ni siquiera tenía los diamantes.
<<Pero puede que ellos crean que sí...>>pensó Elybel, teniendo una idea.
¡Eh! ¡Tengo lo que buscáis! ¡Así que ya sabes, si disparas, adiós con las joyas! Un boom y se acabó.
No hubo respuesta, pues fueron interrumpidos por unos aplausos provenientes de la parte de arriba. Una persona los observaba aplaudiendo posada sobre la barandilla de metal.
Sus ojos dorados brillaban impacientes.
¡Bravo, bravo! Realmente me he divertido con este juego, creo que ya es hora de que acabe. ¿No piensas lo mismo, Gabrielle? Veo que me has traído lo que te pedí...
Madre—contestó ella, apartándose un molesto mechón de pelo de los ojos y sonriendo. Dejo por fin el bazuca en el suelo y se adelantó. ¿Debía cargársela ahora o era en serio la hija de Syna?—Sí, aquí está tu hombre. Pero no hemos conseguido robar los diamantes.
La causante de todo aquel jaleo bajó las escaleras sin prisa, charlando.
No te preocupes, fue suficiente. Os hice viajar de Arabia hasta París, ir hasta el Amazonas en un vuelo turista que sufrió un atentado y de allí hasta Londres, para luego venir aquí. Completásteis todas las etapas de la prueba con resultados sobresalientes y he podido ver los progresos de Koren, está más que preparado para compartir el mando con mi otra elegida para sucederme—miró a Elybel, que estaba atónita—Esta es mi hija, Gabrielle, la cual a pesar de haber sido entrenada desde que nació, ha decidido no seguir mis pasos y dedicarse al periodismo. Y su novio, Koren, que será tu jefe junto a Melissa hasta que llegado el momento, decida cuál de los dos será el definitivo. Ahora puedes irte, date un baño caliente y duerme un poco, que te hace falta. Mañana tendrás tu parte de la recompensa.
Elybel se levantó y asintió, aún bastante confusa y con la horrible idea de haber podido matar a la hija de su jefa rondándole la mente. Echó un último vistazo a los dos jóvenes que sonreían orgullosos, pero cansados y les dio la espalda, marchando hacia los baños de la segunda planta.
Antes de poder llegar a ellos para limpiarse las heridas y magulladuras, se encontró por el pasillo a dos personas que en ese momento no tenía ningunas ganas de ver: Crad y Melissa.
La empezaron a atosigar a preguntas sobre si estaba bien, qué había pasado allí abajo o mil tonterías más, hasta que ella se los sacó de encima, también curiosa.
¿Sabíais que Syna tiene una hija? Y vamos a tener un nuevo jefe, es increíble...
Los dos se miraron entre sí, cómplices y luego la miraron a ella.
En realidad...—dijo Crad—sí lo sabíamos.
Elybel tardó un poco en procesarlo.
¿Cómo? Espera. ¿Y porqué no me contasteis nada?—preguntó dando un paso hacia atrás.
Bueno, yo tampoco lo sabía hasta que Crad me lo contó—dijo Melissa encogiéndose de hombros para restarle importancia y tranquilizarla.
Por supuesto, eso fue un detonador de la bomba.
Elybel clavó sus ojos verdes en Crad, fulmiándolo con la mirada y señalando a la otra chica.
¿Se lo cuentas a ella y a mí no? ¿Desde cuándo nos guardamos secretos?
Ely, es distinto...tú estabas siendo puesta a prueba por Syna, quería comprobar tu nivel y, créeme cuando te digo que lo has hecho genial, ¡está contentísima contigo!—sonrió el muchacho de dulce mirada color chocolate, abriendo los brazos como si estuviera preparado para recibir un gran abrazo de oso—¿Ely?
Yo estaba siendo puesta a prueba...—notó un escozor en su interior y apretó los puños, bajando la mirada—Mientras que ella, con mucha menos experiencia, va a tener el poder de darnos órdenes a todos.
Melissa es una Enviada...—razonó Crad, rozándole un hombro, pues al mínimo contacto, Elybel se separó, molesta.
¿Enviada? ¡Y un cuerno! ¡Es una persona, Crad! ¡Cómo tú o como yo! ¿Qué tiene de especial?—gritó furiosa, pestañeando rápido para que los ojos pararan de humedecérsele—Aunque supongo que depende de con qué ojos se la mira, ¿no? Y con las veces que tú lo haces por día, debe ser casi una diosa.
Dio media vuelta y se marchó, sin pasar por los baños, directa a su dormitorio, dejando a los dos atónitos sin saber qué decir. Melissa quiso ir tras ella, pero Crad la frenó.
Elybel entró en su cuarto y cerró de un portazo, tirándose a la gran cama de colcha granate, con ganas de derramar lágrimas de furia contenidas y ganas de patear sacos de boxeo.
Un minuto más tarde, con la cara enterrada en la almohada y sus ganas de matar aminorando, la puerta se abrió y se cerró una segunda vez, mucho más silenciosa.
Reconoció su olor y apretó aún más la cara contra la suave almohada blanca. Era un olor con el que llevaba años soñando despertarse. Y eso había sido durante tanto tiempo, un sueño.
Márchate. Quiero estar sola.
¿Por qué odias a Melissa?—susurró Crad y Elybel sintió como se sentaba en la cama, muy cerca de ella y su espalda rozaba la suya.
¿A eso has venido? ¿Para darme lecciones morales?—gruñó—No la odio. Claro que no la odio, ni si quiera me cae mal. Es algo brusca a veces, pero valiente, fuerte y buena persona. ¿Por qué demonios iba a odiarla?
El contacto de sus dos cuerpos incluso con una espesa colcha en el medio, hacía que el corazón de la elfa palpitara con fuerza.
¿Entonces a qué viene comportarse así con ella? Melissa no eligió ser una Enviada, ni tampoco ser la sucesora de Syna.
Elybel, harta de oír tanto el nombre de otra chica cuando él estaba sentado a su lado, en su cama, se incorporó de golpe, girándose y mirándolo a los ojos, temblando por lo que estaba a punto de decir.
¿De verdad vas a seguir hablándome de ella a pesar de haber entrado en mi habitación a estar horas de la noche cuando estamos los dos solos?—Crad la miró con los ojos muy abiertos, como si no comprendiera y Elybel perdió la paciencia—¡¿Has estado tan ciego durante todo este tiempo para ver lo mucho que me gustas?!
Yo te...yo te...—tartamudeó Crad, incrédulo.
Elybel puso los ojos en blanco.
Sí, claro que sí, tonto. Pero tranquilo, sé perfectamente que estás enamorado de ella. Y espero que no sea mucho pedir, mas te agradecería que no vuelvas a preguntar por qué soy así con Melissa, porque no es su culpa, ni la mía, ¡es toda tuya! ¡¿Y sabes qué más?! ¡En realidad eres tú el idiota y...!—cogió aire para seguir echándole la bronca y antes de que pudiera continuar, unos labios la callaron empotrándose contra los suyos en un beso torpe y muy, muy tierno.
Cuando se separaron, Elybel lo miró sin acordarse de qué iba a decir, así que fue Crad quien tomó la palabra. Le pasó una mano por la nuca, obligándola a acercarse a él hasta que sintió su aliento en el cuello, murmurando contra él y dando ligeros mordisquitos entre cada palabra que obligaron a la pelirroja a tener que agarrarse a las sábanas.
No me gusta. Quiero decir, sí me gusta—Elybel bufó dejándose besar—No de esa forma. Ninguna chica me ha gustado nunca de esa forma...románticamente. Con una única excepción.
Elybel le dejaba hablar mientras con las manos exploraba un mundo nuevo: su piel. Recorrió despacio a la vez que con ansia el contorno de los músculos de su espalda de piel morena, quitándole la camiseta y dejándolo con el torso desnudo.
Crad paró de hablar de repente al adivinar sus intenciones y se lanzó encima de ella. Ely soltó un pequeño gritito, sorprendida por la repentina pasión del muchacho. Chocaron contra el cabecero, pero no hubo dolor porque él pasó sus brazos por detrás de ella. Al impactar contra la madera mientras sus labios aún seguían juntos, el cuerpo de le elfa fue empujado hacia el del chico, torso contra torso, fundidos en uno.
¿Por qué yo tengo tan pocas capas de ropa y tú tantas?—preguntó Crad en un murmullo, deslizando la cremallera de su traje de una sola pieza hacia abajo, hasta llegar a los muslos y dejarle la espalda al aire.
Eso es fácil de arreglar—contestó Elybel con una sonrisa pícara.


Tras una noche larga, muy larga, finalmente llegó la luz de un nuevo día.
El día en el que Elybel se encontró con un aroma familiar al despertar, y cuando abrió los ojos, la dulce cara del hombre al que había amado durante toda su vida la recibió con una sonrisa y un beso en los labios.
La colcha roja estaba tirada en el suelo y una ligera sábana los cubría sin muchos resultados. Tenían las piernas entrelazadas y ni una sola prenda de ropa encima, a parte de su propia piel.
Le devolvió la sonrisa.
Buenos días, princesa—dijo Crad juntando su frente con la de ella.
¿Te he dicho alguna vez que hueles a canela y bosque?—susurró como respuesta, acurrucándose contra su pecho.


* * *

Su blog es http://1cronicasdelsubmundo.blogspot.com.es/ y ya va por el segundo libro: http://2corazondefuego.blogspot.com.es/. El primero me lo leí de cabo a rabo, y voy por el segundo tal cual sube. Esta historia la RECOMIENDO PLENAMENTE porque es inigualable. Personajes intensos, misterio a tutiplén, amor, amistad, sadismo y engaños... ¡La de lágrimas y risas que he soltado! ¡ESTÁIS TARDANDO EN ENTRAR! Aquí os dejo la sinopsis (del primer libro):

"Hay cientos de lugares a los que ir, pero de todos ellos, Scarlett tuvo que elegir el Submundo. Un lugar frío y tenebroso con misterio y pasados ocultos, peligros y aventuras... Al menos, no está sola. Ahora es una Guardiana y la acompañan sus compañeros de equipo, sus amigos y ese chico de sonrisa burlona rodeado de misterio. Sin embargo, no todo son buenas compañías. Las apariencias engañan y un oscuro enemigo acecha pacientemente..."


TUENTI: Mis Historias Fantásticas






RECUERDO A GABY QUE, COMO PREMIO, PUEDE ELEGIR UNA ESCENA PARA QUE OCURRA EN EL LIBRO. Hablaremos por tuenti.
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