Miembros de la Séptima Estrella

domingo, 25 de noviembre de 2012

¡Noticias!



Veréis, hace mucho que no subo, y no lo hago por vagancia, si no por varias razones: una es porque tengo muchos exámenes y problemas con las notas en el instituto, lo que me deja poquísimo tiempo para este mundillo blogger; otra razón es porque me he quedado algo estancada. ¡No me sale! ¿Y este estancamiento a qué se debe? Pues veréis, resulta que debo cambiar casi todo el libro de El viaje de Melissa: La Séptima Estrella. Muchas cosas cambiarán, pero tampoco quiero que volváis a leeros desde el principio el nuevo libro. ¡Sería para pegarme un tiro! Pero es que esos cambios no son pequeñines, no. Tienen muchísima importancia para el segundo y tercer libro, para comprender cosas. De momento intentaré seguir adelante como pueda. El prólogo fijísimo que sí lo borro y lo vuelvo a colgar en el blog, porque si algún día llego a subir el tercer libro, habría cosas que no entenderíais. Ya avisaré cuándo estará subido.

A todo esto, lo siento mucho. Hacía mucho tiempo que pensaba en hacer las remodelaciones, y en un principio iba a hacer una nueva versión que no subiría en Internet, para poder seguir con la historia que llevo escrita en el blog (y esto ya se lo había comentado a algunas personas) y no liaros más. Pero ya me es imposible escribir sin modificar cositas. Creo que hice mal en empezar a subir esta novela enseguida, porque fue como un flashazo. Tendría que haberme preparado más las historias de los personajes y la visión hacia el futuro. Pero bueno, ya está hecho.

Hasta la próxima (que espero que sea pronto, que ahora mismo estoy escribiendo el capítulo nuevo, eh, pero no me salen algunas partes).

¡Besos!

sábado, 3 de noviembre de 2012

[L1] Capítulo 23: Lazos de sangre




Avanzaba a trompicones por entre el gentío de la calle. Instantes antes se había encontrado con una joven con pantalones, de ojos azules y un colgante con una piedra del mismo color. Se habían mirado, y de repente la chica se había puesto nerviosa y se había ido corriendo. Él se había quedado extrañado mirándola durante un rato. Pero luego había sacudido la cabeza y había seguido su camino.
De repente, alguien se interpuso de nuevo en su paso. Un gran hombre de armadura que el joven reconoció enseguida. Alzó la vista y se encontró con una cabeza de cabello rubio platino y ojos verdes. Una especie de clon más mayor y musculoso que él.
¿Adónde vas tan deprisa, hermanito? —preguntó el obstáculo.
Tengo que hacer una cosa —murmuró Koren.
Sí, tienes que ir al banquete en tu honor —objetó Bowar—. No puedes faltar, así que será mejor que vayas yendo en lugar de pulular por ahí.
Aferró su brazo e intentó llevárselo por delante, pero Koren se deshizo de su mano y se quedó quieto en el sitio, muy serio. Ambos se miraron, desafiantes. El joven intentó soportar los ojos de su hermano, pero al final se rindió y apartó la cara.
Enseguida voy, hermano. No te preocupes.
Bowar se lo quedó observando un rato más, pensativo.
Bueno —accedió—. Pero no tardes.
Koren le sonrió y se dio la vuelta. Pero no había avanzado un solo paso cuando su hermano lo detuvo, agarrándole del brazo nuevamente.
Espera, hermanito. Vuélvete un momento.
Koren obedeció alzando una ceja, confuso.
¿Qué pasa?
Tu colgante, hermanito. ¿Dónde está tu colgante del Símbolo de Gouverón?
Rápidamente, el muchacho bajó la mirada a su cuello y no encontró nada. «La chica esa...», recordó de repente. Le había cortado el colgante y se había quedado en aquel callejón, abandonado. Maldijo para sus adentros y volvió a mirar a Bowar.
Lo he perdido... —susurró.
¡¿Cómo has podido perder algo así?! —casi gritó Bowar—. ¡Era un colgante muy valioso, un regalo a nuestra familia! ¡No puedes perder esas cosas a la ligera!
Lo siento, hermano —se acongojó Koren.
Bowar respiró hondo y fijó la vista en él, pensativo. Luego suspiró.
No pasa nada —susurró. Acto seguido se quitó su propio colgante, idéntico al que había perdido, y lo pasó por la cabeza de Koren—. De momento quédate con el mío y ya buscaremos algo. Si fueras a tu ceremonia sin el colgante, darías de qué hablar, y podría ser que te acusaran de traición. Así que la próxima vez ten cuidado, eh —lo tranquilizó, para luego revolverle el pelo con cariño.
Lo prometo —sonrió Koren.
Bien pues, no tardes.
Dicho esto, Bowar dio media vuelta y se alejó, dejando a Koren solo entre los habitantes de Rihem. Cuando este ya no divisó a su hermano, emprendió el camino hacia la arboleda que rodeaba la ciudad, con el único propósito de alejarse de la realidad un rato antes de volver a la civilización y tener que fingir sonrisas de felicidad ante todo el reino. O al menos ese era el único propósito por el que creía adentrarse allí.

* * *

Caminaban por las calles, uno junto al otro. Ella sujetaba la pistola y la paseaba entre sus manos para observarla desde todas las posiciones.
¿Quieres dejar de hacer eso y guardarla? —protestó Crad, algo nervioso—. Imagínate que hieres a alguien.
Ya no quedan balas, Crad —informó ella—. Solo había una, y aquel bestia la usó para hacerte una demostración. Ya no había más. Nos engañó.
¿Balas? —preguntó, confundido.
Sí. Una bala es esa cosa alargada que salió de la pistola. Lo que hizo el agujero en el tronco del árbol —intentó explicar.
Ah, esa cosa...
De repente Crad se detuvo en medio de la calle y miró fijamente a Melissa, que avanzó un par de pasos hasta que se dio cuenta de que su compañero se había quedado atrás. Se volvió y lo miró, interrogante.
¿Qué pasa? ¿Por qué te paras ahora?
¿Cómo sabías tú todo eso?
Melissa se quedó en blanco, sin saber qué responder a eso. ¿Qué debía decirle? No podía contarle delante de aquel montón de gente que ella provenía de la Tierra, otro mundo distinto a ese. Quizá no la creyese y pensara que estaba loca, o quizá sí y la abandonara. O peor aún, la entregara a las autoridades. Entregarla... ¿Crad sería capaz de entregarla a sus enemigos por miedo? ¿Sería capaz de traicionarla? Lo observó de arriba abajo y caviló. No sabía si sería capaz. Se conocían de apenas unos días, y ese no era el tiempo suficiente como para confiar plenamente en una persona.
Yo... —empezó—. Es... lógico.
¿Eso era todo lo que se le ocurría? Sintió que aquella mentira era la peor de toda la historia. No supo qué se le había pasado por la cabeza para decir semejante estupidez. Por eso se sorprendió tanto cuando Crad se encogió de hombros y siguió caminando.
Bueno, si no me lo quieres contar, allá tú.
La joven tardó en reaccionar, pero enseguida que lo hizo, corrió hacia él.
¿Y ya está? —preguntó inconscientemente.
No hay más. Si tú intentas inventarte mentiras porque no me lo quieres decir, no puedo obligarte a que me cuentes la verdad.
Pero... ¿cómo puedes fiarte de alguien que conoces desde hace tan poco tiempo? —Melissa comenzaba a irritarse. No comprendía la actitud de su compañero.
Primero, porque mientes muy mal. No sabes. Se te da fatal. Eres la peor mentirosa que he conocido en toda mi vida, Mel.
¡¿C... cómo?! —se sorprendió la joven, sintiéndose algo ofendida.
Segundo, porque no creo que una chica tan perdida como tú sea enemiga o pueda traicionar a alguien.
Melissa no supo si debía tomarse aquello como un cumplido o como otra pequeña ofensa. Sí que era cierto que estaba completamente perdida, pero había intentado disimularlo un poco para no levantar tantas sospechas. Aunque estaba viendo que con Crad no funcionaban ninguno de sus patéticos trucos. Era demasiado listo.
Y tercero, porque me recuerdas a alguien —finalizó, fijando su mirada color avellana en los ojos de Melissa.
La tercera no tiene sentido —objetó ella.
Lo sé. No es lógico, ¿verdad? —dijo Crad, remarcando la palabra lógico.
¡Oye! ¡No te burles de mí! —refunfuñó Melissa.
No me burlo de ti. Me burlo de tus mentiras.
No era una mentira...
Sí que lo era. Se te nota, porque cuando mientes mueves el pulgar de la mano derecha.
Aquel dato dejó estupefacta a Melissa, que se quedó con los ojos abiertos como platos. Luchó contra sigo misma para no ruborizarse, y casi lo consiguió. Casi.
Sí que te fijas... —murmuró.
Yo suelo fijarme mucho en las cosas.
Ya veo.
Así concluyó la charla, pues llegaron a la puerta de la casa del matrimonio feliz. Melissa guardó la pistola en su bandolera mientras Crad llamaba a la puerta. Anthony no tardó en abrirles la puerta. Los invitó a pasar y les informó que Guedy acababa de salir a comprar. Bichejo, el pequeño beichog, corrió hacia Melissa, y esta lo acarició con cariño. Fue entonces cuando Crad dijo que iban a irse.
Es mejor que no nos entretengamos más de lo que lo hemos hecho ya.
Comprendo —sonrió Anthony—. Iros, iros ya. Cuando vuelva Guedy se lo diré.
Mientras los dos varones mantenían una conversación, Melissa estaba atenta al pequeño animal. Se fijó en su pelaje. Estaba más suave y brillante, por lo que intuyó que lo habían lavado. Luego observó su cuerpo. Lo encontró más lustroso. Antes incluso estaba demacrado, ya que la comida era escasa y no paraba de caminar. Con una mirada triste, se apiadó de él. La vida que le estaban dando no era buena. Él necesitaba una familia estable y una acogedora casa donde resguardarse del frío invierno y del caluroso verano. Un hogar donde crecer sano y seguro.
De repente, Anthony se puso de cuclillas al lado de la joven y la miró, sonriente. Crad había ido al piso de arriba a buscar algo, por lo que estaban los dos solos en la habitación.
Temes por él, ¿no?
¿Por quién? —preguntó Melissa, dudando de a quién se refería.
Por el beichog. Lo veo en tu mirada.
Bueno... —suspiró ella—. Es que... me da miedo que le pase algo. El camino hasta aquí ha sido algo movido. ¿Y quién sabe cómo será el de vuelta?
Sé cómo te sientes. No quieres arriesgarte. Es todavía un cachorro y necesita muchos cuidados; no puede valerse por sí mismo —objetó Anthony. Súbitamente, una idea cruzó su mente—. Oye, ¿y qué te parece si se queda aquí con nosotros? Guedy está todo el día en casa, y le encantan los animales. Puede cuidarlo perfectamente.
¿De verdad haríais eso? —se emocionó Melissa. Luego se lo pensó mejor—. Pero me sabe mal. Os he pedido demasiadas cosas, y no me parece bien abusar más de vosotros.
¡Al contrario! ¡Nos harás un favor! —exclamó—. Sinceramente, aunque nos amamos mucho y nos tenemos el uno al otro, nos sentimos un poco solos. Ya no tenemos hijos y...
Se calló de repente, dejando a Melissa un tiempo para reaccionar ante lo que acababa de escuchar.
¿Cómo que ya no tenéis hijos? —susurró, algo confusa.
Anthony tardó en responder. Se veía que le costaba soltarlo.
Antes teníamos una niña. Era muy alegre y toda una preciosidad. Tanto Guedy como yo estábamos muy felices con ella. Pero un día salió a jugar con un amigo suyo y ya no volvió. La estuvimos buscando toda la noche, y entonces vimos correr a unos soldados con antorchas. Nos temimos lo peor. —Suspiró tristemente, y Melissa estuvo a punto de pedirle que parase de hablar, que no hacía falta que se lo contase si le resultaba tan duro, pero él siguió antes de que pudiera replicar algo—. Buscamos fuera de la ciudad y vimos una chimenea de humo. Nos dirigimos hacia allí y nos encontramos con una casa en llamas. —Tragó saliva—. En efecto, era la casa del amigo de nuestra hija. Y dentro estaba ella.
La joven se quedó muda, sin saber qué decir exactamente. Había tenido que ser un golpe muy duro para la pareja el perder a su hija. Dudosa, colocó una mano en el brazo de Anthony, a modo consolador.
Lo siento —susurró.
No sé por qué te disculpas, tú no tienes la culpa de nada —dijo él, ocultando todo rastro de tristeza.
Melissa sonrió ante la fuerza de Anthony.
Quedaos con el pequeño. Sé que cuidaréis muy bien de él.
Gracias —murmuró Anthony envolviendo a la joven en un cálido abrazo.
Cuando se separaron, descubrieron que Crad estaba a su lado. Melissa se preguntó cuánto tiempo llevaría allí. Se extrañó al verlo tan serio, y estuvo apunto de preguntarle por ello, pero él enseguida la empujó hacia la puerta.
Se despidieron, los dos varones con un amistoso apretón de manos, y Melissa y Anthony con una sonrisa y otro abrazo. Ambos se habían sentido identificados, ya que los dos venían del mismo mundo, del mismo país y del mismo orfanato.
Puedes visitar al pequeño cuando quieras —le dijo él, con una mano sobre el hombro de la joven.
Muchas gracias —susurró Melissa.
Gracias a vosotros. Adiós, chicos. Un placer conoceros.
Adiós, Anthony —dijeron Crad y Melissa al unísono.
¡Despídete de Guedy de nuestra parte! —recordó Melissa.
Lo haré, tranquilos.
Cuando Anthony cerró la puerta de la casa, Melissa se dirigió calle arriba. Pero en cambio Crad caminó en la dirección contraria. La chica, confusa, lo miró.
Por ahí creo que no se va a...
Lo sé —cortó Crad, sin volverse—. Pero... es que quiero ir a un sitio antes.
Ah. Bueno pues... ¿Está muy lejos?
No, no mucho.
A Melissa aquel no mucho le sonó a mentira. Pero no dijo nada y siguió a Crad, obediente y curiosa a la vez. El chico estaba teniendo mucho misterio últimamente, y aquello la inquietaba.

* * *

No sabía dónde se encontraba, pero tampoco le importaba mucho. Necesitaba un tiempo para poder aclarar las imágenes que seguían apareciendo en su atormentada cabeza, y asimilar las escenas que acababa de vivir. Sentía un gran peso sobre ella, como si toda su vida hubiera sido una ligera brisa y de repente se desencadenara un tornado. Algo confusa y cansada de correr, se sentó en el suelo y apoyó su espalda en el tronco de un árbol. Se cubrió sus verdes ojos con las manos y empezó a respirar profundamente. Sentía como si sus sienes fueran a estallar. Era algo tan extraño... Pero a pesar de toda esa marea de recuerdos olvidados, sabía que todavía le quedaban algunos. Pequeñas piezas del rompecabezas que eran de vital importancia.
Por favor, Gabrielle —se hablaba a sí misma—. Recuérdalo todo ahora.
Sus lamentos no servían nada más que para aumentar su desespero. Por mucho que intentara adentrarse más en su mente, buscando cualquier pista, no lograba nada. Tenía escenas desordenadas que danzaban en su mente. Algunas ni siquiera estaban completas. Otras solo duraban tres segundos. Era un festín de imágenes, sonidos, olores, sentimientos..., todos empaquetados en su cerebro, apunto de estallar.
Un dulce beso en la frente. Un te echaré de menos, hermanita. ¿Hermanita? No recordaba a ningún hermano o hermana. ¿Por qué? A lo mejor era demasiado pequeña cuando se despidieron...
Nada tenía sentido, y comenzó a pensar que no valía la pena seguir insistiendo. Si no recordaba algo, ya lo haría más tarde. No debía forzarse, porque entonces sería mucho peor.
De repente sus oídos captaron el sonido de una bota pisando la hierba. Estaba muy cerca, y Gabrielle se sobresaltó. Al alzar la cabeza descubrió a un gran hombre frente a ella, portador de una gran hacha, la cual tenía cogida por encima de su cabeza. La joven no tardó en comprender que aquel hombre tenía la intención de dejarla hacia adelante para así partirla en dos. Quizá porque creía que tenía dinero. Quizá por entretenimiento. ¿Quién sabía lo que se le pasaba por la cabeza a un hombre como ese?
Una sonrisa de cruel diversión hizo estremecer entera a Gabrielle. El terror le invadió la sangre, y el hombre, gritando, bajó el hacha hacia ella. La joven chilló, se contrajo toda y cerró los ojos en un autoreflejo. Comprendió que dejaría el mundo sin conocer todo su pasado, sin saber quiénes eran sus padres. Ni su hermana. Porque intuyó que no había nada que hacer. Aquel era su fin.

* * *

¡Eh, guerrero!
Bowar se volvió, preguntándose si se dirigían a él. Buscó con la mirada quién había podido gritar eso, hasta que se topó con una mujer cubierta por una capa negra. Estaba sentada en un carro ajeno y solo podían verse sus seductoras y atléticas piernas, pero a Bowar le bastaba para reconocerla.
Senlya, ¿qué haces aquí? —preguntó.
La elfa bajó del carro y sus botas pisaron el suelo con fuerza. Alzó la cabeza hacia el guerrero, dejando su rostro al descubierto, y sonrió.
Ya que no soy una guerrera de Gouverón y no me permiten asistir al banquete de tu hermanito, al menos me gustaría verlo de lejos. Tampoco tengo nada mejor que hacer —dijo, encogiéndose de hombros.
¿No deberías estar buscando a esos dos miembros de la Séptima Estrella? ¿El sublíder y la chica esa?
Los estoy buscando, pero discretamente. Vigilo a toda la gente que pasa a ver si los veo.
No creo que estén en una ceremonia de un guerrero de Gouverón —objetó Bowar.
Quién sabe —dijo Senlya simplemente—. Aunque al parecer falta el personaje más importante del banquete, ¿no?
Bowar suspiró, abatido.
Koren sigue igual de distante y solitario que siempre —admitió—. Hacía mucho que no nos veíamos, y de verdad creía que habría cambiado un poco. Pero sigue tan independiente como siempre.
Bowar, no puedes pretender que cambie tan deprisa. Era muy pequeño cuando ocurrió aquello —dijo la elfa, midiendo sus palabras e intentando no sonar insensible para no herir también a su compañero.
Sí, supongo que tienes razón. Le afectó mucho, y ya no ha vuelto a ser el mismo.
Súbitamente, el ambiente se volvió tenso. Bowar adoptó su expresión de melancolía y se perdió en los recuerdos de años pasados. Senlya lo observó en silencio. Poca gente veía a un Bowar así, por no decir nadie salvo ella. Incluso con su hermano intentaba no parecer afectado, para que Koren no se entristeciera más de lo que ya lo hacía. Pero con Senlya había alcanzado unos grados muy altos de confianza, y aunque la elfa no solía mostrar cariño alguno, Bowar sabía que sentía compasión por él.

* * *

Dicen que cuando sientes que todo termina, que tu vida llega a su final, ves pasar toda tu vida ante tus ojos. Dicen que sientes todo lo que has sentido hasta entonces en un solo segundo. Dicen que no te da tiempo a llorar, porque tu mente está saturada de sensaciones e imágenes. Dicen que te das cuenta de cuánto ha valido tu existencia; de las personas que han estado contigo y de las que hubieran estado si hubieras ido en otra dirección. Sientes un extraño sentimiento de paz e intranquilidad al mismo tiempo.
Para Gabrielle no era la primera vez que le ocurría algo por el estilo. Aquel día que los bandidos atracaron el carruaje en el que ella iba, pudo sentir todo eso. Se asustó en su momento, lamentándose de su vida. Pero en aquel preciso instante, repitiéndose de nuevo el proceso y habiéndolo vivido ya antes, no se lamentó. Una persona le vino a la cabeza: Syna. La misma persona que la había salvado, la misma en la que había creído encontrar una familia de verdad, y la misma que la había atacado. Una bruja. Había estado confiando en una bruja, y aquello la aterraba. ¿Quién sabría lo que hubiera podido pasar? ¿Habría acabado muerta de haberse quedado con ella? Eso es lo que decían las historias. Los brujos no se juntaban con humanos, pero si lo hacían era para jugar con ellos como muñecos y luego matarlos. ¿Syna había estado haciendo eso? ¿Había jugado con Gabrielle? De repente recordó una noche en la que había dormido en el bosque en su compañía. La primera noche que habían pasado juntas. Gabrielle tenía mucho frío y tiritaba. Syna hacía guardia y se dio cuenta. Creyendo que estaba dormida, se quitó su capa y la colocó encima de la joven. Gabrielle no dijo nada y fingió seguir durmiendo, pero no olvidó el pequeño detalle que la chica de ojos dorados había tenido.
No. Syna no habría podido matarla.
Pero ya no había marcha atrás. No podía volver y pedirle disculpas. Abrazarla y darle las gracias por todo. No, porque ya todo terminaba. El hacha caía sobre ella y en breves la partiría en dos.
El dolor y la sangre no llegó, por mucho que Gabrielle esperó. Por un momento creyó que ya había muerto, pues no sentía absolutamente nada. Pero cuando decidió abrir los ojos, vio a alguien delante de ella. Alguien que portaba una espada.
Alguien que había detenido el hacha antes de que llegara a rozarle.